domingo, 12 de abril de 2009

Capítulo 3: Katac-Su


Mi veloz figura se transportaba entre los árboles agitando cada una de sus ramas a causa de los saltos, a su vez diversas hojas caían sobre el césped dejando una especie de rastro. No sabía a donde me dirigía, un espíritu combatiente se apoderó de mí haciendo que el corazón latiera desmesuradamente por el deseo de pelear, una sensación completamente extraña. Quizá era la adrenalina que recorría velozmente en mis venas teñidas con sangre guerrera. A mitad de camino, recordé el relato de un viejo monje que realizó la hazaña de ser el primer hombre en escalar el monte Fuji; sin embargo, me percaté de un error que pasaba por alto: la fantástica historia era ambientada entre las ciudades de Shizouka y Kofu; demasiado apartado de Kyoto. Las heridas del individuo que entró al negocio parecían recién hechas, los pies del mismo no pareciese que haya recorrido mucho aún estando descalzo. Detuve mi veloz carrera de forma violenta casi quebrando la última rama donde me posé, miré a los costados buscando el árbol más grande sin saber que estaba parado sobre él. Cuando lo descubrí trepé hasta llegar a la corona traspasando las tantas hojas que poseía, eché un vistazo dentro del perímetro donde me localizaba, ninguna montaña era más grande que la otra, sólo idénticas entre sí. No obstante, una gran cantidad de humo se expandía en las cercanías, me llamó la atención y fui a investigar.
Como tal felino que camina sobre los tejados, me acerqué sigilosamente entre algunos arbustos omitiendo todos los ruidos que mi cuerpo podía producir. Una apeste a fuego de hoguera se expandía dejando el desagradable olor en mis ropas, parecía que estuviesen quemando alguna hierba tóxica. Las personas que rodeaban aquella gran llama sonreían con una expresión entre placer y torpeza a la vez, podría decirse que en sus ojos se reflejaba un dolor siendo remplazado por inmensa alegría. Tapé mis narices para no caer en los mismos efectos, y me percaté de otra gente casi apartada del disturbio, sobre sus solapas llevaban la escritura del señor Furui. Estaban atadas de pies y manos con unas sogas que serían fáciles de quebrar; sin embargo, un minúsculo detalle se escapó del ingenioso plan.

-¿Eh?... ¿Y mi katana?...- Recordé cuando lo dejé caer “heroicamente” en la sala del negocio. -¡Maldición! ¿Qué voy a hacer sin un arma?- Susurré.
-¿Te presto la mía?-
-Sí, me sería de gran ayuda.-

Una desagradable voz se escuchó a mis espaldas pegándome un gran susto de la sorpresa que me llevé. No volteé ni siquiera a mirar de quien se trataba. Respondí utilizando mi codo izquierdo en medio de su pecho mientras separaba mis piernas unos centímetros, adopté una posición básica de combate. Antes que pudiera contrarrestar mi ataque, lo cogí de la nuca con ambas y estrellé su obsceno rostro contra mi cabeza. Su sangre salpicó desde la achatada nariz manchando mis ropas, giré mi cuerpo observando como empezaba a desplomarse aturdido por el golpe, faltó poco para impactar con el suelo. El ruido provocado por el pesado cuerpo hubiera revelado mi escondite. -Te la devuelvo algún día.- Dije mientras dejaba al inconciente sobre los suelos apoderándome de su espada. Arrastré el inmóvil ser hasta unos arbustos de mora, no lo encontrarían en un buen tiempo. En ese lapso logré entender de la desgracia que hubiese sucedido si el escenario fuera el de una guerra, aparecer sin una espada debía ser un error poco usual entre los samurai, más fácil es entregarse a los lobos antes de cometer un suicido.

Tal parecía que la misión sería un éxito en cuanto me coloqué cerca de las victimas, estas me miraron con ojos saltones al notar mi presencia cerca; quizá asustados por las torturas que pudieron padecer. Tan pronto como salí a liberarlos un ladrido me tomó por sorpresa, no había tomado en cuenta que alguien podría estar haciendo de guardia. El can de oscura piel y amenazantes ojos me ladró repetidas veces, le ordené que se callara, pero seguía mostrando los colmillos y gruñendo sin parar. Debía callar a esa bestia indomable, por lo que usé la funda del arma robada para golpear su cabeza y dejarlo fuera de combate. Para aquel momento los amos del animal aparecieron a mi alrededor, furiosos bloqueaban la salida de un próximo escape.
El combate no había iniciado y ya podía sentir las ganas de derribarlos usando mis grandes dotes de samurái. Sonreí confiado observando a cada uno de los cuatro sujetos empuñar sus distinguidas armas. Desvainé con lentitud la katana soltando unos cuantos destellos desde ancho de la hoja. Aunque me superaban en número, no demostré temor alguno; dejarme intimidar podría convertirse en una desventaja más, no correría ese riesgo, me sentía seguro de mi mismo. Paso el tiempo y ninguno de nosotros se atrevía a dar el primer movimiento, por lo sujete con fuerza el mango de extraño tejido; embestí al primero golpeando los costados de ambos sables, el otro secuaz se acercó usando la punta de una daga, bloqueé el ataque pasando la katana por encima de mi cabeza para colocarla detrás de mi espalda. No podía quedarme quieto, las cuchillas se abalanzaron sobre mí desde distintos puntos, logré escabullirme de ellas al lanzarme hacia el suelo, el sonido metales cayendo nos aturdió a todos. Aproveché para abrirme paso entre ellos y llegar hasta a una pila de rocas.

Vinieron hacía mí como coyotes hambrientos. Dejé caer la espada y cogí un puñado de rocas, se las tiré al primero de la fila, las desvió con destreza agitando la daga mientras avanzaba, al tenerlo cerca tuve la oportunidad de golpear su duro rostro. Luego de coger el cuchillo que soltó aquel individuo, expulsé al del medio usando una buena tecleada. Estando entre los otros dos, me defendí de los peligrosos cortes y batidas que lanzaban ambos guerreros mientras el polvo del lugar se alzaba sobre nuestros pies. Detuve la barra de metal que cargaba el de la izquierda, en seguida la daga se encargó de la katana; cometí un gravísimo error, no esperaba una patada repentina por cortesía de los dos. Al ver que apenas me inmuté continuaron golpeando mi pecho, por si fuera poco el de la daga se levantaba acariciando su rostro, y el cuarto también parecía recuperarse del impacto anterior; maldije entre dientes.

Me sentí amenazado por los cuatro secuestradores, debía actuar rápido. Cuando sentí que perdían fuerzas en las manos, pude arrebatarle el báculo metálico a uno de ellos, usando aquel pude intersectar la décima patada provocando un grito desgarrador. Sin detenerme arrojé la daga hacia atrás sin siquiera voltear, esta se profundizó sobre una notable herida en el hombro del dueño, quién también exclamó su dolor utilizando palabras soeces. Continuando con la batalla, el sujeto de al frente impactó su hacha en el suelo cuando conseguí evitar su ataque frontal, y estando de costado encajé la punta de la barra contra su cien. En ese instante me proponía a darle el golpe de gracia a los otros dos sujetos que no dejaban de quejarse, debido al dolor causado por el arma que todavía sostenía. Ya podía saborear la victoria del encuentro; sin embargo, una última presencia hizo detener mis actos.

-¿Quién está siendo tanto escándalo?-.

Un muchacho de mi misma edad hizo su aparición entre los árboles opuestos a los que vine, llevó sus manos hacia su frente avergonzado por la debilidad que mostraban sus secuaces. Algo me llamó la atención del extraño sujeto, además de no preocuparse por los heridos, llevaba un tatuaje de una cruz negra entre los pectorales rodeados por kanjis sin sentido alguno. ¿Qué se traía este sujeto apareciendo de repente? Me observó fijamente después de acomodar unos distinguidos guantes de cuero, la expresión en su rostro era nula, no descifraba el estado de ánimo en que se encontraba. Lo que llegué presenciar fue un aura malvada que danzaba entre sus piernas ascendiendo lentamente.

-Veo que no puedo dejarlos solos ni por unos minutos.- Resondró a los guerreros caídos. -Un niño de cara bonita los deja inestables… Son un insulto para mí.-
-¿Quién eres tú?- Me atreví a preguntar.
-Ah… Sí. Olvidé presentarme. Yo soy Katac-Su, tu verdugo.- Fue un anuncio de muerte instantánea. -No hay más que decir.-

Sacó de su bolsillo una vara de corta longitud, la cual se convirtió en una lanza de doble filo al insertarle dos curiosas cuchillas, realizó una pirueta antes de tomar una posición defensiva acomodando su única y larga trenza detrás de él. Me llamó con la mano. Acepté el desafío y cambié de arma. Un duelo interesante daría a lugar, estaba a punto de luchar con el sujeto que, sin saber, sería mi eterno rival. La tensión se podía sentir en el aire, el respirar de ambos era sincronizado, nuestras miradas se cruzaron una última vez y nos analizamos mutuamente. Especulé lo suficiente para descubrir que no era un samurái, la forma en que sostenía el arma era muy singular a la que había visto, su palma apenas rozaba con el mango de la lanza, tampoco había señal de poseer alguna katana.

El sol del atardecer alumbraba nuestro suelo, un ligero viento recorrió nuestras frentes apartando los rastros de mi cabello. Una cortina de humo se creó tras nuestros pasos, las huellas dejadas en la arena eran demasiado profundas como para ser hechas por humanos normales; unos titanes fue la descripción que dieron los espectadores. Desapareció frente a mis ojos dejándome desconcertado por completo, lo busque con la mirada en cada rincón del escenario. Mis ojos palpitaron cuando una sombra se colocó al lado de la mía, me tiré al suelo mientras giraba para así poder detener el ataque aéreo. Un escandaloso choque metálico ahuyentó a los pocos animales que transitaban por el lugar. Desde esa posición podía ver aquellos ojos que se conservaban tan serenos como antes, sin una gota de rencor o melancolía por vencer a sus camaradas, sólo emitía el deseo de una lucha a muerte.

Realizó unos pasos hacia atrás drileando a la par que maniobraba con el arma, transportándola de mano a mano y pasando las afiladas cuchillas frente su rostro con un control completo de ellas; finalizó señalando mi cabeza con la punta esta. Yo balanceé el cuerpo impulsándome con las manos, mis piernas soportaron el peso sin esfuerzo alguno, solo restaba empuñar la katana que se encargaría de humillar a tan intolerable sujeto. Silencié mi voz de nuevo, mientras los empleados nos admiraban llenos de miedo rogando que sea el vencedor de la contienda. La naturaleza parecía respetar nuestros deseos de lucha, pues bien se dice que la sangre derramada sobre sus ropas será el castigo de tu próxima vida; una maldición que ninguna persona anhelaba aceptar.

Esta vez fui a embestirlo ondeando la espada poseída por el coraje de mi corazón, un rostro enfadado era reflejado en el lomo de ella, mi ser dejaba de tener alma y yo sin saberlo. Una excelente defensa bloqueo mi poderosa estocada, zarandee las manos tratando de liberarme siendo en vano. Afiné los ojos llenos de ira, y en el mismo sitio varias cortadas se intercambiaron sin tocar piel alguna. Me burlé del sujeto, pues el tono de su aspecto dejaba de perder la sensatez de siempre; ya me consideraba como un buen oponente. Avanzamos ciegamente hasta un grupo de árboles, los cuales fueron victimas repetidas de los feroces ataques. La batalla parecía ser eterna, ninguno de los dos otorgaba oportunidad; sin embargo, en el último movimiento ambas armas se golpearon entre sí ascendiendo hasta tocar las nubes, tuvimos la misma idea de pegar con las manos desnudas, lo que sólo acabo con un estremecedor encuentro de nudillos. En seguida, la espesa sangre se escapaba de nuestras heridas provocadas por el instantáneo y violento golpe. Sonreímos satisfechos de una buena introducción.

La tenebrosa cruzada fue interrumpida al escuchar unos pasos detrás de mí, eran los sujetos quienes revivieron luego de un merecido descanso, estupefactos por ver a su líder en aprietos. Sabía que si me defendía de ellos, estaría a merced de Katac-Su. -Ya déjenlo…-Fueron las palabras de mi axiomático enemigo, hizo una señal para bajar las hojas de sus respectivos objetos. Su actitud había cambiado radicalmente, en la mirada de él pude notar un conjunto de valores y respetos dirigidos hacia mí, me llené de orgullo y copié su mirada. Preguntó mi nombre antes de desaparecer entre los robles del bosque. Contentado con la respuesta se esfumó dejando un aire de frialdad, como si se hubiera propuesto a matarme algún día.

Luego de liberar a los prisioneros, me dirigí sin descansar hasta las puertas del ryokan, mi nuevo hogar. Como lo esperaba, el señor Furui me recibió con una sonrisa beneficiosa, tal persona confiaba que llegaría con sus empleados. Sin embargo, todavía no podía entender el porque tan misterioso personaje dejó inconclusa tan emocionante pelea, aún más cuando tenía ventaja sobre mí. Mi cuerpo se estremeció y volteé hacía la ventana más cercana de la habitación, observé el sol ocultarse entre las montañas deseando que un día me volviese a encontrar con el habilidoso sujeto.
-…Katac-Su…- Susurré su nombre en silencio.

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