lunes, 18 de mayo de 2009
Capítulo 5: Dios Samurái.
Llevaba alrededor de seis horas desde que empezó la misión. No imaginaba lo enorme que llegaría ser la floresta en el perímetro de Kyoto, sus árboles alcanzaban medir quince metros de altura, lo que dificulta la visión cuando se pasa por una zona tan abundante. Durante mi recorrido observé una variedad de plantas, entre los arbustos se escondían las más extrañas flores que habría visto, tomé unas cuantas sin querer dañar el medio. El bello color de sus pétalos adornaría el ryokan, seguro que el jefe le agradará la idea. Al poco rato, me percaté de que había perdido la pista a los demás competidores, ellos se habían dispersado por diferentes direcciones, lo que me hizo pensar la individualidad de la competencia; después de todo, sólo cinco serían los escogidos.
Quería detenerme a descansar luego de una larga caminata, el sol dejaba de iluminar el bosque y debía buscar refugio. Para mi suerte distinguí una laguna en medio de dos grandes rocas bien formadas, como si fuera la entrada a esta. Mientras daba los primeros pasos ahuyenté al animal que bebía del agua, escapó muy apurado por lo que no conseguí ver cual era. Dejé caer el calzado estando cerca a la orilla, la planta de mi pie se introdujo permitiéndome sentir el frío del agua, me senté sobre la hierba luego de remangar el pantalón hasta la rodilla. Era extraño, no entendí por qué el reflejo de mi rostro se tornó temible; pero no me importo, sólo deseaba reponer las energías gastadas. Sin darme cuenta caí tendido en el suelo domado por el sueño; entre la bruma de mi mente divisé la frívola expresión de aquel audaz sujeto, lo que me hizo pensar que aún no estaba del todo completo, debía adquirir más experiencia para lograr vencer rivales como él.
La dama de la noche salía de entre oscuras nubes alumbrando el estanque con su luz, y en el centro de la misma dibujaba su hermoso ser. Admiré su belleza por mucho tiempo, casi olvidando todo el mal que guardaba en el pensamiento. Me sentí inspirado, dediqué un pequeño recital a los animales nocturnos de la floresta y utilizaría un instrumento dócil, la flauta. Mis dedos se deslizaban encima de los hoyos hechizados por el ambiente, las escalas del sonido desprendidas desde el delgado instrumento cambiaban con mucha suavidad. No me había percatado de lograr apaciguar a varios animales silvestres que se colocaron alrededor, acicalando mi piel contra la suya en una especie de bienvenida. La armonía producida parecía agradar a alguien más, alguien que se presentó con mucho silencio en el lugar, más que una persona parecía ser una esencia.
Cuando creí haber alcanzado calmar el confundido corazón, escuché mi nombre. Los lobos aullaron a la luna, el cuervo solitario graznó alzando vuelo y los demás animales señalaron un camino entre las ramas. Sequé mi humedecido cuerpo mientras ocultaba mi flauta. No distinguía hacía donde me encaminaba, dejé que mis pasos me llevasen a la voz. Siempre tuve la cualidad de impresionarme con facilidad, el misterio que envuelven las cosas llamaban mi atención, me excitaba el sólo hecho de encontrar algo sospechoso entre la oscuridad. Cubierto por la penumbra de un tronco hueco sonreí como tal niño que se entusiasma por un juguete nuevo aunque feo fuese. Atravesé cuidadosamente el viejo puente que se sostenía sobre un amplio río, una atmosfera a batalla y sangre se sentía en la densidad del pasamano, las marcas dejadas por espadas habían creado más de un peligroso agujero en el suelo. Llegué al otro extremo percatándome de lo extenso que era la vía; aún así, no sentí miedo de caer en el agua, estaba concentrado en alcanzar aquel llamado.
Apenas podía distinguir un árbol de otro, los colores del bosque empezaban a desaparecer, mi vista se oscurecía con cada paso. Los únicos sonidos eran producidos por los pies sobre el pasto, acompañados de un fuerte e incomodo latido. Apoyé sin querer mis manos en una muralla, los dedos se introdujeron en profundas grietas, por el grosor parecía ser la puerta de una guarida. Con poco esfuerzo conseguí derribarla, lo que ocasionó un fuerte estruendo tanto fuera como dentro del fuerte. Caminé arrastrando el cuerpo en la dura pared, mis ojos se cegaron luego de unos cuantos minutos, el sendero arenoso era demasiado largo e interminable. Ya habían pasado cerca de veinte minutos y aún no llegaba al final del camino, pensaba en regresar pero mi instinto me decía que siguiese adelante; entonces, obedecí.
De pronto, perdí el equilibrio al tropezar con una piedra. Sospeché que caería sobre otra pared; sin embargo, no esperaba que esta fuese falsa. Descendí varios metros antes de estrellarme con una mesa, las tablas se quebraron por el peso doblándose por la mitad, creí que salir del hoyo sería mi única preocupación. No obstante, frente a mi se presentó una estatua de un guerrero japonés sosteniendo una espada que apuntaba hacía los cielos. Cuando miré el agujero por donde había caído, me avergoncé de mi torpeza: había estado dando vueltas entre la oscuridad de la fortaleza, una trampa para los intrusos como yo. Aquel sitio era alumbrado por varias velas que no se consumían, estaba completamente perplejo que no me percaté de que ya podía ver, ni mucho menos que me encontraba en medio de un viejo templo. –Templo del…. Dios… Samurái.- Leí con dificultad la inscripción en el madero derecho.
La luminosidad de las velas ardió con mayor potencia y la tierra vibró invocando al dueño del templo. Desde lo suelos una figura empezó a nacer con un fuerte resplandor rodeando su colosal ser de enormes proporciones, sus alargados ojos apenas se destituían del pálido rostro, las manos se acostaban trasparentes por encima del pecho y cuatro espadas colgaban a los costados del tradicional atuendo. Quedé paralizado a causa del divino acontecimiento, nunca había estado en presencia de un omnipotente, el no tener miedo sería una falta de respeto. Mi cuerpo no respondía a ninguna de las acciones, empeoró cuando sus celestiales iris se proyectaron en los míos provocando un fuerte escalofrío que me estremeció por completo. Un soplo se escapó de sus finos labios transformándose en una suave brisa que llegó a mis mejillas, recuerdos del pasado fueron proyectados a través de la débil mente que los escondía. Sentía que leían mis memorias y con un singular aprecio observaba al detalle cada uno de sus pasajes, el dolor que viví al perder a mis padres, la alegría de convertirme en un samurái, hasta las emociones olvidadas sobresalían ante mis ojos.
-Ha pasado largo tiempo desde el último guerrero que entró a mis aposentos.- Habló con su prepotente voz. -Son pocos los elegidos por el destino para ser orientados en el camino de la sabiduría. Tú, Kaze… Recibirás un gran poder.-
En seguida, levantó dos de sus dedos, los cuales empezaron a emitir un aura que me atemorizó más de lo esperado, la moldeó hasta convertirla en una pequeña esfera que vaciló por todas las esquinas de forma graciosa y, luego, atravesó mi pecho. Grité de dolor sin contenerme, sentía como la piel era abierta de forma brutal. Todo mi sistema cardiovascular se aceleró llegando al límite permitido por el ser humano, creí que sufriría un paro cardiaco por la velocidad en qué mi corazón palpitaba. Miles de movimientos, combinaciones y embrujos eran almacenados en mi cerebro transportando estos a las articulaciones de mi cuerpo, en razón de aprenderlo. No sólo eso, mi energía espiritual empezaba arder en un incendio de encantamiento que no tenía ningún sentido para mí. Quizá era el karma de la obsesión por desear tanto poder, el no dominarlo significaría una señal de castigo enviado desde entes superiores, me maldije repetidas veces debido al sufrimiento incontrolable que sufría hasta el punto de pedir la muerte a cambio de la paz. Perdí el juicio y me desplomé en el suelo con una sonrisa satisfactoria figurando que todo acabó.
-Lamento que hayas padecido tal angustia. Ahora, ve y anuncia al mundo tu llegada, quinto elegido- Fueron sus últimas palabras antes que desapareciese en un destello fugaz que lo consumió de pie a cabeza sin dejar rastro de él.
Pasada la noche entera, al fin desperté. Recostado en el frío suelo del templo, recordé con mucha lucidez lo sucedido. En un principio, creí que podría tratarse de un sueño provocado por el anhelo impulsivo de convertirme en alguien importante; después, imaginé que era un presentimiento del no exigir tanto algo inalcanzable; sin embargo, a final de cuentas, me dí cuenta de la realidad que debía enfrentar, me había convertido en el heredero de una gran virtud. No quería aceptarlo tan fácilmente, hasta que divisé la empuñadura plateada sobre la mesa que había partido en dos, los acabados eran sumamente hermosos, en la parte inferior podía encontrarse un kanji que significaba “Dios”. Descubrí el pequeño defecto, no tenía una hoja que saliese desde el orificio superior, lo que me extrañó ¿Sería acaso un simple adorno para demostrar qué soy el “quinto elegido”? No quise especular más, suficiente era con saber de la energía que nacía desde mis entrañas. Caminé por el corto sendero agradecido por el don, no sólo me había transformado en un ser superior que lograría grandes hazañas con su espada, sino también después de tanto tiempo no temí lo que pudiese pasar después.
Al finalizar el camino del templo me percaté de haber traspasado la cordillera desde su base y lo que veía no era nada agradable. Una infinita niebla merodeaba frente a mis ojos sin mostrar siquiera la luz del día, aún cuando los campos fueron reducidos a sólo alta hierba. Sonreí una vez más apretando con fuerza la nueva adquisición plateada. Me reí del destino que trataba de ponerme aprueba nuevamente; esta vez no conseguiría intimidarme ni por un segundo, ahora estaba armado de valor.
lunes, 4 de mayo de 2009
Capitulo 4: Selección.
Los samuráis son guerreros de élite que se rigen por el código Bushido (Camino del Guerrero), cual contiene las siete disciplinas que debe cumplir: Gi (Rectitud), Yuu (Coraje), Jin (Benevolencia), Rei (Respeto), Makoto (Honestidad), Meiyo (Honor) y, la más importante entre las todas, Chuugi (Lealtad). La palabra Samurai deriva del termino saburau que significa “servir”. Aquellos soldados que son denominados así, tienen la labor de efectuar lo mencionado, sólo para dirigirse al ente superior y quien gobierna nuestras tierras en este tiempo, El Shogun, a su vez también elige a los que formaran parte de la nueva legión de soldados. Yo, por mi lado, me convertiré en el guerrero más poderoso que haya conocido Japón, consiguiendo el segundo mejor cargo de la milicia y, de esa manera, obtener el respeto que tanto he deseado.
domingo, 12 de abril de 2009
Capítulo 3: Katac-Su
-¿Eh?... ¿Y mi katana?...- Recordé cuando lo dejé caer “heroicamente” en la sala del negocio. -¡Maldición! ¿Qué voy a hacer sin un arma?- Susurré.
-¿Te presto la mía?-
-Sí, me sería de gran ayuda.-
Una desagradable voz se escuchó a mis espaldas pegándome un gran susto de la sorpresa que me llevé. No volteé ni siquiera a mirar de quien se trataba. Respondí utilizando mi codo izquierdo en medio de su pecho mientras separaba mis piernas unos centímetros, adopté una posición básica de combate. Antes que pudiera contrarrestar mi ataque, lo cogí de la nuca con ambas y estrellé su obsceno rostro contra mi cabeza. Su sangre salpicó desde la achatada nariz manchando mis ropas, giré mi cuerpo observando como empezaba a desplomarse aturdido por el golpe, faltó poco para impactar con el suelo. El ruido provocado por el pesado cuerpo hubiera revelado mi escondite. -Te la devuelvo algún día.- Dije mientras dejaba al inconciente sobre los suelos apoderándome de su espada. Arrastré el inmóvil ser hasta unos arbustos de mora, no lo encontrarían en un buen tiempo. En ese lapso logré entender de la desgracia que hubiese sucedido si el escenario fuera el de una guerra, aparecer sin una espada debía ser un error poco usual entre los samurai, más fácil es entregarse a los lobos antes de cometer un suicido.
Tal parecía que la misión sería un éxito en cuanto me coloqué cerca de las victimas, estas me miraron con ojos saltones al notar mi presencia cerca; quizá asustados por las torturas que pudieron padecer. Tan pronto como salí a liberarlos un ladrido me tomó por sorpresa, no había tomado en cuenta que alguien podría estar haciendo de guardia. El can de oscura piel y amenazantes ojos me ladró repetidas veces, le ordené que se callara, pero seguía mostrando los colmillos y gruñendo sin parar. Debía callar a esa bestia indomable, por lo que usé la funda del arma robada para golpear su cabeza y dejarlo fuera de combate. Para aquel momento los amos del animal aparecieron a mi alrededor, furiosos bloqueaban la salida de un próximo escape.
Vinieron hacía mí como coyotes hambrientos. Dejé caer la espada y cogí un puñado de rocas, se las tiré al primero de la fila, las desvió con destreza agitando la daga mientras avanzaba, al tenerlo cerca tuve la oportunidad de golpear su duro rostro. Luego de coger el cuchillo que soltó aquel individuo, expulsé al del medio usando una buena tecleada. Estando entre los otros dos, me defendí de los peligrosos cortes y batidas que lanzaban ambos guerreros mientras el polvo del lugar se alzaba sobre nuestros pies. Detuve la barra de metal que cargaba el de la izquierda, en seguida la daga se encargó de la katana; cometí un gravísimo error, no esperaba una patada repentina por cortesía de los dos. Al ver que apenas me inmuté continuaron golpeando mi pecho, por si fuera poco el de la daga se levantaba acariciando su rostro, y el cuarto también parecía recuperarse del impacto anterior; maldije entre dientes.
Me sentí amenazado por los cuatro secuestradores, debía actuar rápido. Cuando sentí que perdían fuerzas en las manos, pude arrebatarle el báculo metálico a uno de ellos, usando aquel pude intersectar la décima patada provocando un grito desgarrador. Sin detenerme arrojé la daga hacia atrás sin siquiera voltear, esta se profundizó sobre una notable herida en el hombro del dueño, quién también exclamó su dolor utilizando palabras soeces. Continuando con la batalla, el sujeto de al frente impactó su hacha en el suelo cuando conseguí evitar su ataque frontal, y estando de costado encajé la punta de la barra contra su cien. En ese instante me proponía a darle el golpe de gracia a los otros dos sujetos que no dejaban de quejarse, debido al dolor causado por el arma que todavía sostenía. Ya podía saborear la victoria del encuentro; sin embargo, una última presencia hizo detener mis actos.
-¿Quién está siendo tanto escándalo?-.
Un muchacho de mi misma edad hizo su aparición entre los árboles opuestos a los que vine, llevó sus manos hacia su frente avergonzado por la debilidad que mostraban sus secuaces. Algo me llamó la atención del extraño sujeto, además de no preocuparse por los heridos, llevaba un tatuaje de una cruz negra entre los pectorales rodeados por kanjis sin sentido alguno. ¿Qué se traía este sujeto apareciendo de repente? Me observó fijamente después de acomodar unos distinguidos guantes de cuero, la expresión en su rostro era nula, no descifraba el estado de ánimo en que se encontraba. Lo que llegué presenciar fue un aura malvada que danzaba entre sus piernas ascendiendo lentamente.
-Veo que no puedo dejarlos solos ni por unos minutos.- Resondró a los guerreros caídos. -Un niño de cara bonita los deja inestables… Son un insulto para mí.-
-¿Quién eres tú?- Me atreví a preguntar.
-Ah… Sí. Olvidé presentarme. Yo soy Katac-Su, tu verdugo.- Fue un anuncio de muerte instantánea. -No hay más que decir.-
Sacó de su bolsillo una vara de corta longitud, la cual se convirtió en una lanza de doble filo al insertarle dos curiosas cuchillas, realizó una pirueta antes de tomar una posición defensiva acomodando su única y larga trenza detrás de él. Me llamó con la mano. Acepté el desafío y cambié de arma. Un duelo interesante daría a lugar, estaba a punto de luchar con el sujeto que, sin saber, sería mi eterno rival. La tensión se podía sentir en el aire, el respirar de ambos era sincronizado, nuestras miradas se cruzaron una última vez y nos analizamos mutuamente. Especulé lo suficiente para descubrir que no era un samurái, la forma en que sostenía el arma era muy singular a la que había visto, su palma apenas rozaba con el mango de la lanza, tampoco había señal de poseer alguna katana.
El sol del atardecer alumbraba nuestro suelo, un ligero viento recorrió nuestras frentes apartando los rastros de mi cabello. Una cortina de humo se creó tras nuestros pasos, las huellas dejadas en la arena eran demasiado profundas como para ser hechas por humanos normales; unos titanes fue la descripción que dieron los espectadores. Desapareció frente a mis ojos dejándome desconcertado por completo, lo busque con la mirada en cada rincón del escenario. Mis ojos palpitaron cuando una sombra se colocó al lado de la mía, me tiré al suelo mientras giraba para así poder detener el ataque aéreo. Un escandaloso choque metálico ahuyentó a los pocos animales que transitaban por el lugar. Desde esa posición podía ver aquellos ojos que se conservaban tan serenos como antes, sin una gota de rencor o melancolía por vencer a sus camaradas, sólo emitía el deseo de una lucha a muerte.
Realizó unos pasos hacia atrás drileando a la par que maniobraba con el arma, transportándola de mano a mano y pasando las afiladas cuchillas frente su rostro con un control completo de ellas; finalizó señalando mi cabeza con la punta esta. Yo balanceé el cuerpo impulsándome con las manos, mis piernas soportaron el peso sin esfuerzo alguno, solo restaba empuñar la katana que se encargaría de humillar a tan intolerable sujeto. Silencié mi voz de nuevo, mientras los empleados nos admiraban llenos de miedo rogando que sea el vencedor de la contienda. La naturaleza parecía respetar nuestros deseos de lucha, pues bien se dice que la sangre derramada sobre sus ropas será el castigo de tu próxima vida; una maldición que ninguna persona anhelaba aceptar.
Esta vez fui a embestirlo ondeando la espada poseída por el coraje de mi corazón, un rostro enfadado era reflejado en el lomo de ella, mi ser dejaba de tener alma y yo sin saberlo. Una excelente defensa bloqueo mi poderosa estocada, zarandee las manos tratando de liberarme siendo en vano. Afiné los ojos llenos de ira, y en el mismo sitio varias cortadas se intercambiaron sin tocar piel alguna. Me burlé del sujeto, pues el tono de su aspecto dejaba de perder la sensatez de siempre; ya me consideraba como un buen oponente. Avanzamos ciegamente hasta un grupo de árboles, los cuales fueron victimas repetidas de los feroces ataques. La batalla parecía ser eterna, ninguno de los dos otorgaba oportunidad; sin embargo, en el último movimiento ambas armas se golpearon entre sí ascendiendo hasta tocar las nubes, tuvimos la misma idea de pegar con las manos desnudas, lo que sólo acabo con un estremecedor encuentro de nudillos. En seguida, la espesa sangre se escapaba de nuestras heridas provocadas por el instantáneo y violento golpe. Sonreímos satisfechos de una buena introducción.
La tenebrosa cruzada fue interrumpida al escuchar unos pasos detrás de mí, eran los sujetos quienes revivieron luego de un merecido descanso, estupefactos por ver a su líder en aprietos. Sabía que si me defendía de ellos, estaría a merced de Katac-Su. -Ya déjenlo…-Fueron las palabras de mi axiomático enemigo, hizo una señal para bajar las hojas de sus respectivos objetos. Su actitud había cambiado radicalmente, en la mirada de él pude notar un conjunto de valores y respetos dirigidos hacia mí, me llené de orgullo y copié su mirada. Preguntó mi nombre antes de desaparecer entre los robles del bosque. Contentado con la respuesta se esfumó dejando un aire de frialdad, como si se hubiera propuesto a matarme algún día.
Luego de liberar a los prisioneros, me dirigí sin descansar hasta las puertas del ryokan, mi nuevo hogar. Como lo esperaba, el señor Furui me recibió con una sonrisa beneficiosa, tal persona confiaba que llegaría con sus empleados. Sin embargo, todavía no podía entender el porque tan misterioso personaje dejó inconclusa tan emocionante pelea, aún más cuando tenía ventaja sobre mí. Mi cuerpo se estremeció y volteé hacía la ventana más cercana de la habitación, observé el sol ocultarse entre las montañas deseando que un día me volviese a encontrar con el habilidoso sujeto.
-…Katac-Su…- Susurré su nombre en silencio.
Capítulo 2: Kyōto.
Dos largas e interminables semanas transcurrieron desde mi partida y todavía no llegaba al lugar deseado, el viaje se tornó más pesado de lo que creí. Las reservas de comida y agua se empezaron a desvanecer como las esperanzas de convertirme en un futuro guardián. Un cansancio se apoderaba de mí, apenas me podía trasladar sujetando una alargada vara que encontré por el camino. Había soportado el horroroso clima del invierno; en realidad, me fascinaba la cuarta estación del año y correr entre el suelo lleno de nieve representaba mi libertad, pero con lo sucedido todo me causaba molestia; podría decirse hasta el punto que aborrecía el encantador silbido de las aves. Todo parecía señalar el fin de la travesía, llegué a creer que había escapado de mi destino al no morir a manos de los asaltantes. Cuando estaba por soltar el último suspiro un brillo salpicó sobre mis ojos, de entre las montañas el sol emitió un rayo sobre la puerta de bronce que se prestaba frente a mí, en el centro de ella una figura perteneciente al arte japonés era el detalle perfecto que encajaba y en el borde superior de ella rezaba una frase que me llenó de felicidad: “Kyōto, Capital de la paz y bienestar“.
Las puertas se desplegaron hacía atrás revelando una admirable ciudad con varias casas hechas de madera rodeando la calle principal. Diversos comerciantes halaban de las carretas llenas de mercadería, la gente se trasladaba de un lado a otro con atuendos coloridos, y unos cuantos niños que jugaban a perseguirse invadían el camino. Me percaté de que la gente no era tan amable como lo esperaba, hasta que alguien se apiadó de mí compartiendo conmigo una colorida manzana, mi primer alimento digerido después de tantos días. Antes de poder agradecerle el gesto ya había desaparecido. La ciudad que tanto había escuchado hablar era muy desordenada, debía sufrir de una sobre población lo que me dio a imaginar que Japón podría llegar a ser un país muy pequeño. Continúe el recorrido con mucha cautela de ser empujado por uno de esas tantas personas que transitaban; sin embargo, entre la multitud un sujeto de contextura muy gruesa apartaba a todos de su camino con sus grandes extremidades, sin querer me golpeó con su brazo y por consecuencia camine de espaldas hasta atravesar el acceso a un local.
Una vez adentro caí sobre las tablas provocando un impacto que hizo todos voltearan. Me quejé repetidas veces mientras un conjunto de personas se colocaba junto a mí, observándome como si yo fuera un ebrio más que llega a un izakaya (bar-restaurante japonés). Sin embargo, por la estructura del local no parecía ser un Izakaya corriente; era cierto que el lugar tendría al menos quince mesas, pero una escalera me hacía dudar además de ser un lugar demasiado amplio; obvio, había tropezado con un ryokan como lo señalaba un pergamino que colgaba en una pared. Era la primera vez que me adentraba a un hospedaje y no parecía agradarle al dueño, pues se me acercó frunciendo el seño entre sus pobladas cejas.
-Lo siento… Sólo pasaba por… aquí.- Respondía desde el suelo mientras mis palabras silenciaron quedando yo inconciente.
-¿Eh?... Pues… Mi nombre es…- Hice una pausa, no quería revelar mi verdadero nombre. -Lo siento, no se lo puedo decir.-
-Es una pena. ¿Qué hace un muchacho viniendo sin equipaje ni dinero a Kyoto?- Continuó el interrogatorio. -¿O tampoco me lo piensas decir?-
-Vine a convertirme en un samurái y servir al amo de estas tierras.-
-Entiendo…- Dijo sin sorprenderse. -Eso explica que cargues tan peligrosa arma. Estaba por denunciarte, pero parecías buena persona cuando te desmayaste.-
-… Le agradezco que me haya dejado descansar en su posada.-
-¿Te vas tan pronto? ¿No deseas quedarte aunque sea un par de días más?-
-Me agradaría, pero no tengo con que pagarle.-
-No te ofendas. Es una bonita arma, pero es una inútil herramienta para batallar. Puedo asegurarte que podrías morir en tu próxima batalla.- Siguió con la burla.
-Se equivoca, la pude usar para defenderme de unos delincuentes.- Respondí.
-Tú lo haz dicho… Delincuentes. Si te vas a ser un samurái… Necesitas algo más potente, puesto que tus adversarios no tendrán compasión en una guerra de clanes.- Explicó. –Te propongo algo. Sé el guardián de mi negocio y te obsequiaré una buena espada.- Era astuto, ya empezaba a negociar conmigo.
-No la necesito. La espada de mi familia será mi protección-.
-….-La expresión del dueño se tornó brusca y furiosa, similar a la mía momentos atrás.
-¿Qué has dicho?... ¿Usar la espada familiar?... ¡¿Eres un rebelde?!- Vociferó llegándome a espantar. -Un samurái digno del código Bushido jamás debe enlazar el honor de la familia con su lucha.- Me regañó como si hubiera cometido un acto vandálico.-Lo que haz hecho sólo demuestra que no estás capacitado para ser llamado Samurái.- Me dio la espalda. –Trabajarás para mí, quieras o no, después de todo no tienes opción.
Y mi nuevo nombre sería… Kaze.
Capítulo 1: Iniciación.
-Buenos días, familia.- Dije con voz soñolienta.
Tomé asiento en mi puesto, al costado de mi madre y frente a mi hermano menor, tenía el tercer lugar en la familia por ser el primogénito. No mencionaré mi apellido al igual que mi nombre, pues eso es algo que pertenece al pasado y no deseo decepcionar a mis antecesores. Después de desayunar salimos al campo en orden aleatorio mientras reíamos con las mismas bromas de siempre, nunca hubo un recelo entre nosotros, pues el heredero de las tierras sería el mejor de los tres; sin lugar a dudas, yo esperaba ser aquel. Arábamos la tierra para poder crear grandes frutos que podrían venderse en el mercado, mi padre siempre nos dirigía cabalgando sobre un potro, él constantemente decía: para ser su heredero teníamos que demostrar ser un verdadero señor feudal, luego mostraba una cálida sonrisa y palpaba cada una de nuestras cabezas. Me llamó cuando iba trayendo unos costales desde el almacén, lo más probable tendría que ir al pueblo subsiguiente para traer semillas, por lo general se trataba de eso.
Así fue, en menos de diez minutos me puse una vestimenta para viajar, y tome el viejo morral colgando la correa sobre mi hombro. Apenas me despedí de mis hermanos, los cuales se reían porque a ellos nunca los enviaban, empecé a andar por el sendero que se abría al finalizar las tierras. Nunca me molestó visitar los pueblos, pues donde me dirigía la gente me conocía y me daban un buen trato por ser hijo de un señor feudal; debo confesar que era uno de los tantos motivos que me llevó a elegir ese sueño, el respeto de una comunidad. Otra razón de mi gusto por caminar en largos caminos, era ver la naturaleza en su máxima expresión: el viento refrescando mi rostro mientras jugueteaba con mis cabellos, los animales corrían por mi costado acompañándome en silencio o musitando su única palabra. De vez en cuando me detenía a descansar para comer un onigiri del montón que me daban, también me entretenía corriendo de los animales silvestres que repentinamente me atacaban por pasar cerca de su hábitat. Recordé haber traído mi instrumento musical, lo retiré de entre todas las cosas que tenía y me dispuse a seguir mientras una melodía era liberada de mi amada Koma-Bue (Flauta tradicional de Japón tallada a madera).
Luego de andar alrededor de una hora llegué al pueblo, los aldeanos me recibieron como de costumbre, uno que otros ofrecían algo de comer y otros simplemente saludaban alzando la mano. Directamente me acerqué a la tienda correspondiente, adquirí lo que debía comprar y salí de ahí. Me distraje un rato al jugar con unos muchachos en las puertas de la urbe. Pasado un cuarto de hora me percaté del retraso, -un futuro señor feudal no debía comportarse así- pensé, además en casa se enfadarían cuando llegase. Sabía que si iba corriendo me demoraría la mitad del tiempo, por lo que deje una cortina de polvo detrás de veloces pasos.
Cuando me encontraba en medio del camino, pude escuchar un sonido proveniente del horizonte, un pesado trote golpeaba el suelo repetidas veces. Una veloz tropa de jinetes cargando el estandarte de un clan conocido por la zona, los guerreros ondeaban sus armas por encima de las cabezas entonando un grito aterrador. Mis piernas empezaron a temblar por lo aterrado que estaba, nunca tuve tanto miedo en mi corta vida. Salté hacía unos montón de rocas donde me ocultaría hasta su llegada. –Que no me encuentren…- Rogué. La tierra tembló al pasar por mis espaldas, una expresión de pánico se reflejó en mi rostro, mis nervios estaban llegando al límite, el corazón latía con frenesí con cada trote de los caballos. Un largo suspiro se escapó de mis labios en cuanto divisé al último salvaje alejarse; sin embargo mi cuerpo entero aún tiritaba. –Ya pasó- Quise calmarme. Caminé mirando atrás cada momento del regreso, hubo un instante en que llegué a pensar quién sería la próxima victima de sus ataques, sin lugar a dudas sería el pueblo donde acababa de salir.
Llegué a mi hogar atemorizado aún por lo ocurrido, bajo uno de esos traumas que nunca pueden desaparecer o borrarse con facilidad. Mis pasos eran lentos y tímidos, mi mirada se dirigía al suelo, podía recordar cada rostro de aquellos villanos cabalgando por aquella tierra. De pronto, noté el silencio que brotaba en mi contorno, silencio nunca emitido durante el tiempo en que permanecí ahí. Corrí hacía la puerta principal. Mis oscuros orbes palpitaron, el habla se apagó por completo, un par de lágrimas brotaron deslizándose por mis mejillas. Los cuerpos de mis seres queridos tendidos en el suelo, manchados con su propia sangre –Papá… Mamá… Hermanos…- Al fin salieron algunas palabras. Me fue sencillo descubrir lo que había pasado, cuanto más revisaba las habitaciones de la casa pude darme cuenta de que los sujetos que evité asesinaron a mi familia, también se habían llevado el dinero recaudado en años de esfuerzo, por si fuera poco destruyeron hasta el último centímetro de las tierras.
Corrí de nuevo por aquel sendero que unía la vieja hacienda con el pueblo atacado. Mi velocidad se incrementó a tal punto de poder llegar en poco tiempo, desde las lejanías llegaba a ver el humo emitido de las casas entre las llamas, algunos aldeanos lograron escapar de la masacre uniéndose en pequeñas caravanas. La fría mirada de mi rostro los espantaba también de mí, más aún sosteniendo firmemente la katana de la familia. Manchas de sangre inundaron el lugar, el hedor de la misma se podía sentir en el aire. Deambulé buscando a alguno de ellos, hasta tropezar con el primero –Niño… ¿Qué haces aquí? Ve a correr donde tu mamá.- Rió después de burlarse de una falsa inocencia. Mis ojos sostuvieron una maldad infinita, los instintos actuaron por encima de los sentimientos; entre la mofa del sucio sujeto, aproveché para atravesar su pecho con la alargada espada.
El líquido rojizo que salpicó desde la abertura y cayó sobre mi rostro cubriéndolo por completo. Saboreé el grito de dolor que emitía el moribundo guerrero, tres de sus camaradas presenciaron el vil ataque realizado. Se lanzaron en mi contra, los metales de las espadas chocaron repetidas veces, me defendí del primero por un buen tiempo; sin embargo, no pude darle algún corte placentero. El segundo jugó rudo al embestirme desde un costado mientras apenas sostenía el arma familiar, rodé por los suelos manchando mis ropas con la sangre derramada. De nuevo fui atacado por uno de ellos, me defendía sin apartar mi malvada mirada de los ojos, algunas chispas rebotaban sobre el lomo de las katanas. Para mi desgracia, uno más atravesó la pared de madera con su inmenso cuerpo, me pegó una patada lanzando mi cuerpo hasta la entrada de la aldea.
Ya se me hacía difícil ponerme de píe, no sólo por ser el tercer ataque, sino por lo agotador que fue todo el día; mi espíritu rogaba por más lucha, pero mi cuerpo exclamaba descanso. La pandilla de forajidos había terminado de saquear todo lo valioso, se llamaron entre ellos y decidieron ejecutarme por ser tan entrometido, además de asesinar al novato del grupo; se decía que si un cómplice moría, todos cargaban un feroz castigo. Entre los últimos que se reunían alcancé a contar catorce personas, ningún líder entre ellos, sólo una tropa de bandidos. Caí rendido a los pies de un árbol, ya no podía contraatacar teniendo tantos adversarios a la vez, aquellos ser acercaban con una maliciosa sonrisa. Cerré mis ojos deseando que sucediese rápido, el final de mi vida ya había llegado, no importaba morir… No tenía nada más que perder.
No obstante, una luz que dividió las nubes del ocaso llegó hasta mi presencia, podía sentir como algo especial acariciaba mi alma regalando energías. Una extraña luminaria empezó a ser proyectada de mi cuerpo formando un aura alrededor de mí. Los demás se quedaron boquiabiertos por el acontecimiento. Observé mi propia mano izquierda, claramente pude ver como el chacra renacía con fuerzas inigualables, nunca antes sentidas. Señalé hacia la multitud de bárbaros –Ustedes… Morirán aquí.- Vociferaron una vez más. Con ágiles movimientos trepe por cada uno de sus hombros llegando así al del fondo, lo derribé usando la suela de mis pies y clavé la poderosa espada japonesa sobre su piel. Sin querer parar, me traslade hasta los otros dos adversarios, y los decapite dando un par de giros sobre mi eje, sus cabezas rebotaron bruscamente mientras una lluvia de sangre caía en la arena. Así continúe con el siguiente cortando sus partes en pedazos más pequeños que anterior. Me sentía como una estrella fugaz pasando por su lado cortando cada fragmento de su cuerpo. Uno de ellos, el último que me quedaba por matar, estaba escapando sobre su caballo; por poco lo logra, sino hubiera sido por el lanzamiento de mi katana que atravesó su cabeza por completo partiéndola en dos. Así finalicé mi venganza.
El escenario de batalla estaba invadido de sangre y cuerpos inertes cubriendo cada calle del pueblo. Aunque había cumplido mi deseo, no me sentía conforme por lo realizado. En verdad, me sentía entristecido por no poder haber defendido a mi familia como defendí mi propia vida. Ese simple deseo me impulsó a recurrir un oficio que no deseaba ni mencionar en aquel momento, había escuchado de guerreros que usaban la espada tradicional para defender el honor de su clan. Decidí que dedicaría la vida entera para servir a un líder revolucionario, quizá también podría descifrar sobre lo sucedido, pues el nunca tomado un entrenamiento de cómo usar la katana; sin embargo, disfruté manipular una de esas.
Miré por última vez el pueblo que acostumbraba visitar, para luego echar a andar en dirección a la capital de la nación… Me dirigía a Kyoto.