lunes, 18 de mayo de 2009

Capítulo 5: Dios Samurái.

Una indescriptible energía recorre mis venas, ya no sé cuales son los límites que puedo alcanzar, creo ser capaz de realizar proezas inimaginables, soy el guerrero más fuerte que ha existido en la historia; así me siento: invencible. Ni el mayor ejército podría derribarme en este nuevo estado, los fantasmas del miedo se desvanecieron por completo, siendo remplazados por una nueva luz que me impulsa luchar. El mejor obsequio de todos se me había concedido y estoy descontrolado, mi corazón parece que fuese a estallar de la emoción. Parado sobre la cima del mundo me sentí glorificado, por encima de todos los demás. Al fin logré una de tantas metas propuestas: ser poseedor de un increíble poder; era un sentimiento fantástico e irreal. Nunca olvidaría el mejor día de mi vida.

Llevaba alrededor de seis horas desde que empezó la misión. No imaginaba lo enorme que llegaría ser la floresta en el perímetro de Kyoto, sus árboles alcanzaban medir quince metros de altura, lo que dificulta la visión cuando se pasa por una zona tan abundante. Durante mi recorrido observé una variedad de plantas, entre los arbustos se escondían las más extrañas flores que habría visto, tomé unas cuantas sin querer dañar el medio. El bello color de sus pétalos adornaría el ryokan, seguro que el jefe le agradará la idea. Al poco rato, me percaté de que había perdido la pista a los demás competidores, ellos se habían dispersado por diferentes direcciones, lo que me hizo pensar la individualidad de la competencia; después de todo, sólo cinco serían los escogidos.

Quería detenerme a descansar luego de una larga caminata, el sol dejaba de iluminar el bosque y debía buscar refugio. Para mi suerte distinguí una laguna en medio de dos grandes rocas bien formadas, como si fuera la entrada a esta. Mientras daba los primeros pasos ahuyenté al animal que bebía del agua, escapó muy apurado por lo que no conseguí ver cual era. Dejé caer el calzado estando cerca a la orilla, la planta de mi pie se introdujo permitiéndome sentir el frío del agua, me senté sobre la hierba luego de remangar el pantalón hasta la rodilla. Era extraño, no entendí por qué el reflejo de mi rostro se tornó temible; pero no me importo, sólo deseaba reponer las energías gastadas. Sin darme cuenta caí tendido en el suelo domado por el sueño; entre la bruma de mi mente divisé la frívola expresión de aquel audaz sujeto, lo que me hizo pensar que aún no estaba del todo completo, debía adquirir más experiencia para lograr vencer rivales como él.

La dama de la noche salía de entre oscuras nubes alumbrando el estanque con su luz, y en el centro de la misma dibujaba su hermoso ser. Admiré su belleza por mucho tiempo, casi olvidando todo el mal que guardaba en el pensamiento. Me sentí inspirado, dediqué un pequeño recital a los animales nocturnos de la floresta y utilizaría un instrumento dócil, la flauta. Mis dedos se deslizaban encima de los hoyos hechizados por el ambiente, las escalas del sonido desprendidas desde el delgado instrumento cambiaban con mucha suavidad. No me había percatado de lograr apaciguar a varios animales silvestres que se colocaron alrededor, acicalando mi piel contra la suya en una especie de bienvenida. La armonía producida parecía agradar a alguien más, alguien que se presentó con mucho silencio en el lugar, más que una persona parecía ser una esencia.

Cuando creí haber alcanzado calmar el confundido corazón, escuché mi nombre. Los lobos aullaron a la luna, el cuervo solitario graznó alzando vuelo y los demás animales señalaron un camino entre las ramas. Sequé mi humedecido cuerpo mientras ocultaba mi flauta. No distinguía hacía donde me encaminaba, dejé que mis pasos me llevasen a la voz. Siempre tuve la cualidad de impresionarme con facilidad, el misterio que envuelven las cosas llamaban mi atención, me excitaba el sólo hecho de encontrar algo sospechoso entre la oscuridad. Cubierto por la penumbra de un tronco hueco sonreí como tal niño que se entusiasma por un juguete nuevo aunque feo fuese. Atravesé cuidadosamente el viejo puente que se sostenía sobre un amplio río, una atmosfera a batalla y sangre se sentía en la densidad del pasamano, las marcas dejadas por espadas habían creado más de un peligroso agujero en el suelo. Llegué al otro extremo percatándome de lo extenso que era la vía; aún así, no sentí miedo de caer en el agua, estaba concentrado en alcanzar aquel llamado.

Apenas podía distinguir un árbol de otro, los colores del bosque empezaban a desaparecer, mi vista se oscurecía con cada paso. Los únicos sonidos eran producidos por los pies sobre el pasto, acompañados de un fuerte e incomodo latido. Apoyé sin querer mis manos en una muralla, los dedos se introdujeron en profundas grietas, por el grosor parecía ser la puerta de una guarida. Con poco esfuerzo conseguí derribarla, lo que ocasionó un fuerte estruendo tanto fuera como dentro del fuerte. Caminé arrastrando el cuerpo en la dura pared, mis ojos se cegaron luego de unos cuantos minutos, el sendero arenoso era demasiado largo e interminable. Ya habían pasado cerca de veinte minutos y aún no llegaba al final del camino, pensaba en regresar pero mi instinto me decía que siguiese adelante; entonces, obedecí.

De pronto, perdí el equilibrio al tropezar con una piedra. Sospeché que caería sobre otra pared; sin embargo, no esperaba que esta fuese falsa. Descendí varios metros antes de estrellarme con una mesa, las tablas se quebraron por el peso doblándose por la mitad, creí que salir del hoyo sería mi única preocupación. No obstante, frente a mi se presentó una estatua de un guerrero japonés sosteniendo una espada que apuntaba hacía los cielos. Cuando miré el agujero por donde había caído, me avergoncé de mi torpeza: había estado dando vueltas entre la oscuridad de la fortaleza, una trampa para los intrusos como yo. Aquel sitio era alumbrado por varias velas que no se consumían, estaba completamente perplejo que no me percaté de que ya podía ver, ni mucho menos que me encontraba en medio de un viejo templo. –Templo del…. Dios… Samurái.- Leí con dificultad la inscripción en el madero derecho.

La luminosidad de las velas ardió con mayor potencia y la tierra vibró invocando al dueño del templo. Desde lo suelos una figura empezó a nacer con un fuerte resplandor rodeando su colosal ser de enormes proporciones, sus alargados ojos apenas se destituían del pálido rostro, las manos se acostaban trasparentes por encima del pecho y cuatro espadas colgaban a los costados del tradicional atuendo. Quedé paralizado a causa del divino acontecimiento, nunca había estado en presencia de un omnipotente, el no tener miedo sería una falta de respeto. Mi cuerpo no respondía a ninguna de las acciones, empeoró cuando sus celestiales iris se proyectaron en los míos provocando un fuerte escalofrío que me estremeció por completo. Un soplo se escapó de sus finos labios transformándose en una suave brisa que llegó a mis mejillas, recuerdos del pasado fueron proyectados a través de la débil mente que los escondía. Sentía que leían mis memorias y con un singular aprecio observaba al detalle cada uno de sus pasajes, el dolor que viví al perder a mis padres, la alegría de convertirme en un samurái, hasta las emociones olvidadas sobresalían ante mis ojos.

-Ha pasado largo tiempo desde el último guerrero que entró a mis aposentos.- Habló con su prepotente voz. -Son pocos los elegidos por el destino para ser orientados en el camino de la sabiduría. Tú, Kaze… Recibirás un gran poder.-

En seguida, levantó dos de sus dedos, los cuales empezaron a emitir un aura que me atemorizó más de lo esperado, la moldeó hasta convertirla en una pequeña esfera que vaciló por todas las esquinas de forma graciosa y, luego, atravesó mi pecho. Grité de dolor sin contenerme, sentía como la piel era abierta de forma brutal. Todo mi sistema cardiovascular se aceleró llegando al límite permitido por el ser humano, creí que sufriría un paro cardiaco por la velocidad en qué mi corazón palpitaba. Miles de movimientos, combinaciones y embrujos eran almacenados en mi cerebro transportando estos a las articulaciones de mi cuerpo, en razón de aprenderlo. No sólo eso, mi energía espiritual empezaba arder en un incendio de encantamiento que no tenía ningún sentido para mí. Quizá era el karma de la obsesión por desear tanto poder, el no dominarlo significaría una señal de castigo enviado desde entes superiores, me maldije repetidas veces debido al sufrimiento incontrolable que sufría hasta el punto de pedir la muerte a cambio de la paz. Perdí el juicio y me desplomé en el suelo con una sonrisa satisfactoria figurando que todo acabó.

-Lamento que hayas padecido tal angustia. Ahora, ve y anuncia al mundo tu llegada, quinto elegido- Fueron sus últimas palabras antes que desapareciese en un destello fugaz que lo consumió de pie a cabeza sin dejar rastro de él.

Pasada la noche entera, al fin desperté. Recostado en el frío suelo del templo, recordé con mucha lucidez lo sucedido. En un principio, creí que podría tratarse de un sueño provocado por el anhelo impulsivo de convertirme en alguien importante; después, imaginé que era un presentimiento del no exigir tanto algo inalcanzable; sin embargo, a final de cuentas, me dí cuenta de la realidad que debía enfrentar, me había convertido en el heredero de una gran virtud. No quería aceptarlo tan fácilmente, hasta que divisé la empuñadura plateada sobre la mesa que había partido en dos, los acabados eran sumamente hermosos, en la parte inferior podía encontrarse un kanji que significaba “Dios”. Descubrí el pequeño defecto, no tenía una hoja que saliese desde el orificio superior, lo que me extrañó ¿Sería acaso un simple adorno para demostrar qué soy el “quinto elegido”? No quise especular más, suficiente era con saber de la energía que nacía desde mis entrañas. Caminé por el corto sendero agradecido por el don, no sólo me había transformado en un ser superior que lograría grandes hazañas con su espada, sino también después de tanto tiempo no temí lo que pudiese pasar después.

Al finalizar el camino del templo me percaté de haber traspasado la cordillera desde su base y lo que veía no era nada agradable. Una infinita niebla merodeaba frente a mis ojos sin mostrar siquiera la luz del día, aún cuando los campos fueron reducidos a sólo alta hierba. Sonreí una vez más apretando con fuerza la nueva adquisición plateada. Me reí del destino que trataba de ponerme aprueba nuevamente; esta vez no conseguiría intimidarme ni por un segundo, ahora estaba armado de valor.

lunes, 4 de mayo de 2009

Capitulo 4: Selección.


Los samuráis son guerreros de élite que se rigen por el código Bushido (Camino del Guerrero), cual contiene las siete disciplinas que debe cumplir: Gi (Rectitud), Yuu (Coraje), Jin (Benevolencia), Rei (Respeto), Makoto (Honestidad), Meiyo (Honor) y, la más importante entre las todas, Chuugi (Lealtad). La palabra Samurai deriva del termino saburau que significa “servir”. Aquellos soldados que son denominados así, tienen la labor de efectuar lo mencionado, sólo para dirigirse al ente superior y quien gobierna nuestras tierras en este tiempo, El Shogun, a su vez también elige a los que formaran parte de la nueva legión de soldados. Yo, por mi lado, me convertiré en el guerrero más poderoso que haya conocido Japón, consiguiendo el segundo mejor cargo de la milicia y, de esa manera, obtener el respeto que tanto he deseado.
Tras una exitosa misión, el mes restante fue demasiado aburrido. Mi labor como guardia del ryokan no pasaba de lidiar con viejos beodos que incomodaban a la demás clientela, también se me encargaba acompañar a quienes vivían un poco alejados del local y regresaban tarde a sus casas. En algunas ocasiones me tocaba lavar los trastes sucios o hacer publicidad en la calle con carteles que anunciaban el nombre del negocio y sus promociones. Sin embargo, estar entre gente tan amigable y de comer suculentos platos que la cocinera preparaba exclusivamente para mí, hacía olvidarme de la monotonía. Aunque hubo veces en que los recuerdos de mi familia llegaban a través de pesadillas, me atormentaba el hecho de sólo pensar que pude salvarlos, el rostro de los asesinos aún aparecía en mi mente.
En una de mis tranquilas mañanas me disponía a bañarme en las aguas termales, cuando de repente observé un sobre en medio de la puerta con mi nombre en ella. Por lo general se trataba de las tareas que debía realizar en el día, lo curioso era el contenido de su interior, únicamente se marcaba una palabra: Reunión. La tinta con la que fue escrita parecía ser reciente. Me dirigí a la oficina del señor Furui, pero no lo encontré. Busqué en los lugares que solía recurrir al despertar sin respuesta alguna. Hasta que una de las muchachas que se encargaba de limpiar me señaló donde encontraría al amo, según ella tenía algo que hablar conmigo en privado. No me quise desesperar descifrando lo que podría decirme y caminé al recinto sagrado del maestro.
En lo más alejado del ryokan, pasando un largo puente sobre el río, se ubicaba el templo donde nuestro jefe iba a rezar con frecuencia. Había escuchado que no dejaba ingresar a cualquiera por lo que golpeé suavemente el suelo de madera para llamar su atención, mientras esperaba arrodillado. Me permitió acceder dejando notar la seriedad del asunto cuando escuché su voz. Atravesé las cortinas rojas que siempre habían llamado mi atención, en seguida, hice una reverencia al toparme con él de espaldas, quien practicaba el arte del zazen frente a la estatua de un buda rodeado de velas. El zazen es un medio de meditación donde la persona intenta conseguir el satori (iluminación) adoptando la posición de loto; una vez escuché que al lograr inspirarse, puede realizar grandes proezas en el transcurso de su vida. Por otro lado, la estatua del buda es la imagen del quien logró llegar al máximo nivel del budismo, sin intentar imitar ser Dios como algunos falsamente creen. A raíz de ello debía respetar la concentración del amo hasta que acabase.
-Me alegra que hayas venido, Kaze.- Se dirigió a mí con la misma seriedad.
-¿Tienes alguna idea de por qué te he llamado?-.
-Ninguna, mi señor. Vine inmediatamente cuando leí la carta.- Respondí.
-¿Crees en algún dios?- Me intervino de repente.
-No, mi señor. Lo lamento.-
-Lo necesitarás. Debes tener un guía quien te enseñe como vivir de la manera correcta.-
-Usted es mi guía. No creo necesitar a nadie más, por ahora.-
-Me halagas, pero no soy quién para serlo.- Sonrió entre pequeñas carcajadas.
-Señor… Dígame que necesita de mí.- Rogué.
-Olvidé que eras un poco impaciente. Bien, abre esta carta y lo sabrás.-
Deslizó una carpeta blanca con mi nombre, nuevamente, sobre el lomo trasparente. La abrí con lentitud evitando los ruidos del papel, en su interior una hoja rezaba la invitación para ser parte de la milicia; el shogun reclutaba nuevos soldados que estuviesen preparados a sacrificar su vida por el país y dar honor al nombre del clan. Quedé en silencio por varios segundos, sin querer arrugué un poco la carta cuando empuñe la mano, la cual me temblaba acompañada de fuertes latidos provenientes de mi corazón. La oportunidad de emprender mi camino como samurái estaba escrita con la tinta más fina que había visto en mi vida, y en su esquina inferior señalaba la firma del actual shogun, Tsuki no Kumo, quien lideraba el famoso clan de la luna. Unas cuantas lágrimas cayeron sobre mis nudillos, luego incliné mi cuerpo rozando el suelo con la frente.
-Se lo agradezco, Furui-Sama.- Mi voz se entonó fuerte. –Se lo pagaré algún día.-
-Haz que me enorgullezca.- Susurró. –Mi esposa te entregará un obsequio de mi parte, te será útil para cumplir tus sueños, úsala con sabiduría… Samurái Kaze-.
Le agradecí una última vez; en verdad no necesitaba otro obsequio más que ese, el haberlo conocido fue las respuestas a mis plegarias deseosas de mi anhelo fuese realidad. Una amplia sonrisa se dibujó en mi rostro durante el camino hacía la sala del local, cuando llegué las pocas cosas que tenía ya habían sido recogidas, lo único que tenía era la espada de la familia que decidí dejar, una bolsa con el dinero recaudado, el anillo que había encontrado en una noche de acompañamiento y. mi preciada flauta. Sin embargo, mis objetos se incrementaron, todos los empleados tenían algo que me haría recordar mis días en aquel ryokan; el primero de ellos fue un guante encuerado del otro escolta que siempre me ayudaba en los pleitos con los ebrios, la amable cocinera me entregó dos empaques llenos de los deliciosos onigiris que tanto me gustaba, las gemelas me habían tejido un kimono nuevo con mi nombre grabado sobre la espalda; sin embargo, el último presente me llenó de curiosidad, una tradicional espada japonesa forjada con un hierro muy resistente, según la declaración de la Sra. Furui, el mango estaba bordado con una tela suave diferente a las que ya había manipulado, además la emblema “Furui” sellado en medio del nagako. Les agradecí a todos con una reverencia, una vez que vestí con las nuevas ropas, me marché del negocio llevándome conmigo una sensación de nostalgia, en un mes había encontrado el nuevo hogar.

Caminé entusiasmado por las calles que solía ver por las mañanas, el gran evento que cambiaría mi vida se realizaba hoy y no aguanté las ganas de pegar un grito a los cielos. Estando a unos metros del destino, pude divisar los más altos pisos del castillo Fukuro situado al este de Kyoto, con hermosos tejados pintados de blanco iluminados por el radiante sol encima de ellos, se decía que en las noches de luna llena estas reflejaban su luz y acompañados de las paredes negras volvían invisible al castillo, perfecto para despistar a los centinelas. Cuando llegué a la entrada me topé con una larga escalera que debía contener al menos unos ochenta peldaños, varios sujetos ya estaban a mitad del camino, debía ser un duro entrenamiento que aún no daba inicio. Escalando encontré a mis rivales tomando sake, seguro por lo agotados que estaban; sin embargo, la adrenalina recorriendo mi ser me permitía correr sin receso. Un gran número de personas se encontraba frente a mí al finalizar el extenso recorrido. Erré por pensar que serían pocos los que participarían, quizá hasta me precipité demasiado.
Luego de unos minutos las puertas del castillo se abrieron, curiosamente entramos de uno en uno mostrando la carta de invitación. Todos parecían ser la persona ideal para el aguerrido trabajo, sus rostros manifestaban gran rudeza por las cicatrices y cortadas que tenían, entre la multitud pude observar sólo a diez jóvenes, los cuales dos de ellos eran intimidados bruscamente por otros más grandes e inmaduros. Hubo quienes se rieron de mi vestimenta, pues la de los demás poseía llamativas señales de agresión. Nadie hablaba con nadie, la amistad entre nosotros no parecía existir, ni siquiera un mínimo de respeto mutuo, sólo una incomodidad de estar rodeados por la competencia.

Fuimos trasladados hasta un inmenso salón con ventanas a los costados donde se apreciaba un buen panorama de la ciudad. En las paredes de madera colgaban retratos de los antiguos guerreros que lucharon en incontables batallas para obtener la victoria del clan, los admiré a cada uno de ellos aunque su nombre no conociese; estaba seguro de que pronto yo también sería ilustrado en la pared. Una armadura de color roja como la sangre se exhibía en la esquina de la habitación, la coraza parecía ser impenetrable, su casco tenía la clásica forma del escarabajo y en su centro el kanji Tsuki (luna) representando el título del clan. Hasta que al fin un vasallo nos hizo formarnos en filas, pronto avisó la entrada del Shogun. Traté de tranquilizar mis nervios, jamás había estado en presencia de alguien tan importante como tal, debía guardar cordura.

-Por favor, hagan reverencia a nuestro gran señor: El Shogun Kumo.- Anunció el sirviente.
Una formidable figura apareció detrás de las largas cortinas, su arrugado rostro escondía la verdadera edad del legendario guerrero, aprecié la sabiduría que irradiaban sus ojos cuales habrían visto a los oponentes más poderosos de la historia. Vestido de color azul con prendas tradicionales adornadas de varios abanicos blancos, además del interminable cinturón negro que arrastraba por el piso. Todos nos sentíamos honrados de ser testigos del acontecimiento, dimos una reverencia grupal y, en seguida, nos arrodillamos golpeando el suelo en un único sonido. Acarició con mucha gracia su barba mientras nos sonreía, examinándonos a cada uno como si pudiese ver el espíritu batallador que liberaban nuestros cuerpos.

-Bienvenidos los aspirantes. Soy Tsuki No Kumo-. Hizo una reverencia, no perdía su educación aún para ser el líder del clan que se dirigía a unos novatos. -Como sabrán estamos en mitad de los años más rudos que ha tenido nuestro país. Por lo que ha llegado el momento de reforzar nuestra milicia.-
Nos informó con detalle las razones del reclutamiento; dentro de unos años la nueva guerra estaría por estallar, el conflicto entre los más poderosos clanes del Japón se desenvolvería en una eterna batalla, donde el colosal soberano saldría a la luz para gobernar con democracia al país entero. Era un hecho contundente, un ser prestigioso nos llevaría al desarrollo descomunal. Pude entender con claridad los objetivos del shogun, a la vez presenciamos un ligero temor de no ser el escogido; sin embargo, estábamos dispuestos ha sacrificar nuestras vidas con tal de cumplir dichos deseos, al menos por mi parte, no me importaría convertirme en un kamikaze y ser reconocido como otra leyenda. A continuación proclamó el desafío que debíamos superar, este involucraba a las cinco piedras elementales conocidas como Go-Kami (cinco dioses), aquellas que te concedían un don corporal, un don mágico y el don espiritual dependiendo de la piedra adquirida; sin embargo, el obtener dicha gracia no era sencillo, un duro entrenamiento debía ponerse a prueba antes de que se les fuera entregada. En esta ocasión, habían sido robadas por seres de la oscuridad, ninjas creí yo, quienes se escondían en una región oculta detrás de las montañas que rodeaban a Kyoto. Encontrar, derrotar y recuperar eran nuestras misiones, quien superara la prueba podría, no sólo pertenecer al ejercito japonés, sino convertirse en jefe de un escuadrón; y sólo debíamos traer una valiosa piedra.

Un completo silenció invadió el recinto, quizá todos padecían por el mismo síntoma de temer a lo desconocido, ya empezaba a dudar si sería capaz de lograr mis propios objetivos. En un principio imaginé que nos harían pelear unos a otros en un combate masivo, donde sólo los seleccionados celebraríamos de píe por el triunfo. Ahora se trató todo lo opuesto, una búsqueda sin fecha de retorno ¿Cómo sabría yo cuando volver? Eso no debía importar ahora, lo más factible es que enviarían a los más calificados para recoger nuestros cadáveres; me sentí ridículo pensando en la derrota, no me dejaría vencer por una falsa cobardía, en ocasiones anteriores logré superar el miedo al luchar en contra de este y vencí a mis rivales. Me levanté al mismo tiempo que varios, nuestras almas se encontraban listas para enfrentar cualquier cosa que se nos presentara, asentimos con la cabeza en un sólo movimiento; aceptamos el desafío.

Cuando salí me percaté de las personas que había alrededor, aún con la advertencia puesta una gran muchedumbre seguía delante. Entre ellos sólo quedaba dos de los diez adolescentes que éramos, recostado sobre un roble escribiendo en un pergamino se encontraba el noveno en llegar; los demás candidatos meditaban en medio del patio, mientras que otros afinaban sus armas cerca del pequeño estanque adornado con piedras y hermosas flores. Unos golpeteos llamaron mi atención, provenían de la práctica que realizaban algunos sujetos usando espadas de madera, debía tratarse del kenjutsu, la técnica básica para aprender a usar la katana. Los estilos de cada uno eran similares y distantes a la vez, pues empleaban giros y movimientos que entre ellos podían leer. Me incomodé cuando el más grande celebraba por su hazaña, -un samurái no debería hacer eso- susurró un presente; en efecto, era una falta de respeto al honor del samurái, pensé. Estaba dispuesto a retirarme cuando el mismo hizo una fanfarrea hacía mí:
-¡Oye, chico! ¿Te asustaron mis movimientos?- Intentó provocarme.
-No lo creo, señor.- Respondí con seriedad.
-Sí, claro. Podría apostar que serás el primero en morir.-
Escuché pisadas que se acercaban por detrás, alguien me arrojó otra espada de madera, después de sostenerla pude bloquear mi primer ataque sorpresa. El individuo se sorprendió de mis reflejos tanto como yo, se debía a que el arma era más liviana y me agilizaba el brazo; vi su cuerpo marrón con mucho detalle, en seguida, reconocí el bokken. Verdaderamente sentía que el sable era parte de mí. Alcancé desviar sus acometidas desde todos los ángulos sin siquiera hacer esfuerzo alguno ni moverme del sitio. Los testigos se asombraron cuando devolví dos de sus golpes, aunque protegidos con el cuerpo causaron un ligero daño, lo noté por la expresión de su rostro. Continuamos con los ataques por unos minutos más hasta que logré apartarlo del perímetro, y me observó con una fría mirada, había borrado su grandeza.
Pensé que había finalizado el encuentro, cuando de repente balanceó el arma frente a él, canalizaba su energía para el próximo movimiento, lo pude presenciar y me preparé. Corrió arrastrando la espada entre el césped abriendo una pequeña grieta, coloqué la mía a la altura de mi muslo protegiéndome de un ataque inferior, sabía que el impacto sería tremendo por lo que me concentré también. Estando apenas unos centímetros de mí, dio un giro sorpresivo, la hierba se alzó junto con el bokken, sus movimientos eran veloces y no pude intervenir. Grité cuando el filo golpeó brutalmente mi hombro izquierdo, podía sentir como los huesos se quebraban en mi interior. Caí ante violento garrotazo soltando el sable de madera, nunca antes había experimentado un dolor de tal nivel que me provocase vociferar.
-Ataque frontal: Garra del Dragón.- Mencionó cuando me apaleó.
Arrodillado en el suelo entendí lo difícil que sería enfrentarme a mis demás rivales, en mi vida nadie se atrevió a golpearme por ser el hijo de un señor feudal. Los movimientos realizados por el sujeto se grabaron en mi mente, mientras este celebraba su anticipada victoria. Sonreí al recordar la plática con el señor Furui sobre los ataques del samurái, eran movimientos especiales que utilizaban para acabar con su oponente, donde golpeabas los puntos débiles del oponente. Con sólo ver una vez la demostración de una técnica, pude planificar y nombrar la mía, estaba completamente seguro de que podría vencerlo con ella; era sencilla de hacer, según mi perspectiva.

Un grito de batalla anunciaba el inicio para un segundo encuentro. Mis pasos eran más veloces cuanto más me aproximaba. Sonrió, quizá pensando que podría derribarme otra vez; se equivocó. Obligado a soltar el arma al golpear su antebrazo, apenas podía ver mi silueta desplegarse frente a él, por lo que arremetí sobre su pecho sin pestañar, en seguida incliné mi cuerpo después de retirar la espada quedando en cuclillas, y para finalizar me devolví hacía atrás empujando sus contrarrodillas con el filo del arma. Se escuchó el impacto de su cabeza rebotar sobre el grass, también se logró oír el sonido de sus huesos quebrados, lo que provocó que sonriera con mucho sarcasmo. El movimiento realizado fue tan rápido que se formó un triángulo perfecto. Luego de una maniobra dejé descansar el bokken en mi hombro sano, a pesar de que ya ni me sentía lastimado por el ataque anterior

-Ataque frontal: Onigiri.- Invoqué al realizar la técnica.
Unos aplausos que no esperaba se oyeron a mis costados, los demás guerreros felicitaron el poder vencer a tal patán, aún más por el desarrollo de mi habilidad. Yo también me sentía asombrado de mi mismo, el arma que traía en las manos parecía ser más eficaz que la real; sin embargo, en una pelea verdadera no me sería útil. Entonces, el joven que vi escribiendo momentos atrás se me acercó con la mano extendida, correspondí el saludo creyendo que era lo que buscaba. Me miró extrañado, algo le había llamado la atención, además de la graciosa técnica que utilicé.
-Soy Kaze, el próximo gran samurái.-
-Mi nombre es Inku, mucho gusto. ¿Me devuelves el bokken?- Preguntó.
Me llevé una sorpresa al saber que era su única arma, qué posibilidades tendría de completar la misión, tal vez se sentía demasiado confiado para necesitar una verdadera. También mencionó que se convertiría en un gran samurái poeta lo cual era curioso escuchar sobre eso, pues apenas existían siete personas con ese perfil. Nos deseamos suerte mutuamente, le devolví su espada y se dirigió en dirección opuesta a la mía. El volar de las blancas palomas por encima de nuestros hombros anunció el inicio del desafío.