domingo, 12 de abril de 2009

Capítulo 2: Kyōto.








Dos largas e interminables semanas transcurrieron desde mi partida y todavía no llegaba al lugar deseado, el viaje se tornó más pesado de lo que creí. Las reservas de comida y agua se empezaron a desvanecer como las esperanzas de convertirme en un futuro guardián. Un cansancio se apoderaba de mí, apenas me podía trasladar sujetando una alargada vara que encontré por el camino. Había soportado el horroroso clima del invierno; en realidad, me fascinaba la cuarta estación del año y correr entre el suelo lleno de nieve representaba mi libertad, pero con lo sucedido todo me causaba molestia; podría decirse hasta el punto que aborrecía el encantador silbido de las aves. Todo parecía señalar el fin de la travesía, llegué a creer que había escapado de mi destino al no morir a manos de los asaltantes. Cuando estaba por soltar el último suspiro un brillo salpicó sobre mis ojos, de entre las montañas el sol emitió un rayo sobre la puerta de bronce que se prestaba frente a mí, en el centro de ella una figura perteneciente al arte japonés era el detalle perfecto que encajaba y en el borde superior de ella rezaba una frase que me llenó de felicidad: “Kyōto, Capital de la paz y bienestar“.

Las puertas se desplegaron hacía atrás revelando una admirable ciudad con varias casas hechas de madera rodeando la calle principal. Diversos comerciantes halaban de las carretas llenas de mercadería, la gente se trasladaba de un lado a otro con atuendos coloridos, y unos cuantos niños que jugaban a perseguirse invadían el camino. Me percaté de que la gente no era tan amable como lo esperaba, hasta que alguien se apiadó de mí compartiendo conmigo una colorida manzana, mi primer alimento digerido después de tantos días. Antes de poder agradecerle el gesto ya había desaparecido. La ciudad que tanto había escuchado hablar era muy desordenada, debía sufrir de una sobre población lo que me dio a imaginar que Japón podría llegar a ser un país muy pequeño. Continúe el recorrido con mucha cautela de ser empujado por uno de esas tantas personas que transitaban; sin embargo, entre la multitud un sujeto de contextura muy gruesa apartaba a todos de su camino con sus grandes extremidades, sin querer me golpeó con su brazo y por consecuencia camine de espaldas hasta atravesar el acceso a un local.

Una vez adentro caí sobre las tablas provocando un impacto que hizo todos voltearan. Me quejé repetidas veces mientras un conjunto de personas se colocaba junto a mí, observándome como si yo fuera un ebrio más que llega a un izakaya (bar-restaurante japonés). Sin embargo, por la estructura del local no parecía ser un Izakaya corriente; era cierto que el lugar tendría al menos quince mesas, pero una escalera me hacía dudar además de ser un lugar demasiado amplio; obvio, había tropezado con un ryokan como lo señalaba un pergamino que colgaba en una pared. Era la primera vez que me adentraba a un hospedaje y no parecía agradarle al dueño, pues se me acercó frunciendo el seño entre sus pobladas cejas.

-¿Qué te propones a hacer?- Preguntó muy enfadado el anciano.
-Lo siento… Sólo pasaba por… aquí.- Respondía desde el suelo mientras mis palabras silenciaron quedando yo inconciente.

Cuando desperté del profundo sueño me vi rodeado por bloques blancos llenos de pinturas artísticas, una ventana daba al costado de la más llamativa entre todas. Estaba arropado hasta el cuello y también noté un humeante recipiente sobre una bandeja, como si alguien hubiera cuidado de mí mientras dormía. La puerta se desplazó dando paso al administrador del edificio, vestía unas finas ropas blancas con dibujos de flores, era un tejido japonés tradicional, no una simple manta como mis actuales ropas; de estatura promedio y una sonrisa muy jovial, era extraño que su actitud haya cambiado tan pronto. Sin decirme nada caminó hacia la ventana observando el celeste cielo, a la vez que una muchacha retiraba el té que no terminó de beber. Me senté presionando la palma de mi mano contra la frente, como si tuviera una terrible resaca después de una noche de celebración; sin embargo, era por el golpe que me dí al llegar.
-¿Cómo te llamas?- Al fin me dirigió la palabra.
-¿Eh?... Pues… Mi nombre es…- Hice una pausa, no quería revelar mi verdadero nombre. -Lo siento, no se lo puedo decir.-
-Es una pena. ¿Qué hace un muchacho viniendo sin equipaje ni dinero a Kyoto?- Continuó el interrogatorio. -¿O tampoco me lo piensas decir?-
-Vine a convertirme en un samurái y servir al amo de estas tierras.-
-Entiendo…- Dijo sin sorprenderse. -Eso explica que cargues tan peligrosa arma. Estaba por denunciarte, pero parecías buena persona cuando te desmayaste.-
-… Le agradezco que me haya dejado descansar en su posada.-
-¿Te vas tan pronto? ¿No deseas quedarte aunque sea un par de días más?-
-Me agradaría, pero no tengo con que pagarle.-

El senil volteó con una sonrisa muy vivaz. Caminó hasta colocarse a mi costado sin siquiera mirarme a los ojos, cuales extrañamente emanaban confianza y su voz era inusual. Rascó su mentón repetidas veces con una mirada reflexiva, era obvio que tenía algo pensado para mí. No quise ser grosero, pero debía salir del lugar antes que me comprometiera en algo que me podría arrepentir. Pensé que me detendría, pero me dejo avanzar tranquilamente hasta donde se encontraba mi espada; sin embargo, el mediano cuerpo del viejo me interceptó deteniendo mi andar, quede atónito con la destreza realizada. Fijo sus oscuros orbes sobre los míos señalando mi katana por encima de su hombro -¿Intentas ser samurái con esa basura?- se burló. Sus palabras retumbaron mis oídos sin poder creer lo que decía, había osado insultar la preciada arma que mi bisabuelo forjó, la que usé para vencer a aquellos maleantes del pueblo. Mi sangre empezó a hervir por la furia que el anciano provocó; no obstante, el favor que le debía hizo detener el acto de golpearlo.

-No te ofendas. Es una bonita arma, pero es una inútil herramienta para batallar. Puedo asegurarte que podrías morir en tu próxima batalla.- Siguió con la burla.
-Se equivoca, la pude usar para defenderme de unos delincuentes.- Respondí.
-Tú lo haz dicho… Delincuentes. Si te vas a ser un samurái… Necesitas algo más potente, puesto que tus adversarios no tendrán compasión en una guerra de clanes.- Explicó. –Te propongo algo. Sé el guardián de mi negocio y te obsequiaré una buena espada.- Era astuto, ya empezaba a negociar conmigo.
-No la necesito. La espada de mi familia será mi protección-.
-….-La expresión del dueño se tornó brusca y furiosa, similar a la mía momentos atrás.
-¿Qué has dicho?... ¿Usar la espada familiar?... ¡¿Eres un rebelde?!- Vociferó llegándome a espantar. -Un samurái digno del código Bushido jamás debe enlazar el honor de la familia con su lucha.- Me regañó como si hubiera cometido un acto vandálico.-Lo que haz hecho sólo demuestra que no estás capacitado para ser llamado Samurái.- Me dio la espalda. –Trabajarás para mí, quieras o no, después de todo no tienes opción.

Mi nuevo jefe salió iracundo. Tenía razón, aunque poseía una espada seguramente no podría ser contratado como soldado tan a la ligera, mi nombre debería ser pronunciado al menos por los Okyo. Había llegado a Kioto y no tenía a donde dirigirme, sólo quedaban dos opciones: trabajaba para el misterioso señor o moría en una ciudad donde nadie me conocía; aunque siempre somos amables entre los nuestros, es difícil que un desconocido te conceda la oportunidad de vivir. Observé nuevamente la katana familiar, me percaté que no tenía el mismo brillo que las armas usadas por mi anteriores rivales, era apagada sin emitir ningún sentimiento, sólo portaba recuerdos de quién era y mi pasado que borraría en cualquier segundo.

Bajé a la sala donde me desmayé, apenas unas cuantas mesas eran atendidas por bellas mujeres vestidas por un kimono azul, las cuales sonreían sin cesar. ¿Acaso había espantado a los clientes con mi aspecto? ¿Esa sería el motivo por el cual quería que fuese un guardián?, No lo creo. Brevemente, pensé que había podido ver en mis ojos lo que mi padre siempre admiraba de los míos, una infinita sed de ser respetado por los demás. Una extraña sensación de nostalgia se reflejó en mi rostro, pero la aparté con un par de golpes sobre este.
-¡Furui-Sama! ¡Furui-Sama!.-

Un llamado desesperante se escuchó desde mis espaldas, se trataba de un muchacho con una mirada espantada que caminaba torpemente por donde había pisado. Lo detuve colocando mi siniestra sobre su pecho, el latido agitado golpeaba violentamente sobre mi palma, su alma rogaba por clemencia y perdón. Seguía gritando el mismo nombre, una y otra vez, aún cuando lo sujetaba para que no siguiera avanzando, su terror podía invocar fuerzas imaginables producto de la sinergia. Mi amo –debía acostumbrarme a usar ese término- salía de entre unas cortinas marcadas con el nombre del lugar, me percaté que coincidía con lo que chillaba entre lágrimas el muchacho. Con poca presión me hizo a un lado interviniéndolo, entre el balbuceo se le pudo entender que la caravana que traía la nueva mercadería había sido secuestrada por unos ladrones en medio de la montaña Fuji. Antes de poder seguir escuchado vagos detalles los ojos de mi señor se cruzaron con los míos, cuales palpitaron acompañados de una sonrisa, era mi primera misión. -¡Hai!- Grité sosteniendo mi katana a altura mis hombros y la solté, en seguida salí del negocio embistiendo el viento como si no importara nada, ni siquiera el hecho de que no sabía a donde iba, acepté la pasión que recorría mi corazón de guerrero me guiaría hasta llegar al lugar del crimen.
Mis ojos se tornaron profundamente negros cuando escucharon la gran puerta cerrarse tras mis espaldas junto con las banderas agitarse con el viento, las cuales mostraban el emblema de la ciudad. A la altura que la emoción iba aumentando podía presenciar como una amplia sonrisa se expandía en la cara arrugada del señor Furui. Los instintos no me fallarían, ellos mismos fueron los que me invocaron para cambiar mi sueño, y pase de ser un joven que deseaba ser el mejor Señor Feudal a un vigilante quien adquiría nueva sabiduría para fabricar un nuevo objetivo ser el mejor samurai de Kyōto.
Y mi nuevo nombre sería… Kaze.

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