-¿Eh?... ¿Y mi katana?...- Recordé cuando lo dejé caer “heroicamente” en la sala del negocio. -¡Maldición! ¿Qué voy a hacer sin un arma?- Susurré.
-¿Te presto la mía?-
-Sí, me sería de gran ayuda.-
Una desagradable voz se escuchó a mis espaldas pegándome un gran susto de la sorpresa que me llevé. No volteé ni siquiera a mirar de quien se trataba. Respondí utilizando mi codo izquierdo en medio de su pecho mientras separaba mis piernas unos centímetros, adopté una posición básica de combate. Antes que pudiera contrarrestar mi ataque, lo cogí de la nuca con ambas y estrellé su obsceno rostro contra mi cabeza. Su sangre salpicó desde la achatada nariz manchando mis ropas, giré mi cuerpo observando como empezaba a desplomarse aturdido por el golpe, faltó poco para impactar con el suelo. El ruido provocado por el pesado cuerpo hubiera revelado mi escondite. -Te la devuelvo algún día.- Dije mientras dejaba al inconciente sobre los suelos apoderándome de su espada. Arrastré el inmóvil ser hasta unos arbustos de mora, no lo encontrarían en un buen tiempo. En ese lapso logré entender de la desgracia que hubiese sucedido si el escenario fuera el de una guerra, aparecer sin una espada debía ser un error poco usual entre los samurai, más fácil es entregarse a los lobos antes de cometer un suicido.
Tal parecía que la misión sería un éxito en cuanto me coloqué cerca de las victimas, estas me miraron con ojos saltones al notar mi presencia cerca; quizá asustados por las torturas que pudieron padecer. Tan pronto como salí a liberarlos un ladrido me tomó por sorpresa, no había tomado en cuenta que alguien podría estar haciendo de guardia. El can de oscura piel y amenazantes ojos me ladró repetidas veces, le ordené que se callara, pero seguía mostrando los colmillos y gruñendo sin parar. Debía callar a esa bestia indomable, por lo que usé la funda del arma robada para golpear su cabeza y dejarlo fuera de combate. Para aquel momento los amos del animal aparecieron a mi alrededor, furiosos bloqueaban la salida de un próximo escape.
Vinieron hacía mí como coyotes hambrientos. Dejé caer la espada y cogí un puñado de rocas, se las tiré al primero de la fila, las desvió con destreza agitando la daga mientras avanzaba, al tenerlo cerca tuve la oportunidad de golpear su duro rostro. Luego de coger el cuchillo que soltó aquel individuo, expulsé al del medio usando una buena tecleada. Estando entre los otros dos, me defendí de los peligrosos cortes y batidas que lanzaban ambos guerreros mientras el polvo del lugar se alzaba sobre nuestros pies. Detuve la barra de metal que cargaba el de la izquierda, en seguida la daga se encargó de la katana; cometí un gravísimo error, no esperaba una patada repentina por cortesía de los dos. Al ver que apenas me inmuté continuaron golpeando mi pecho, por si fuera poco el de la daga se levantaba acariciando su rostro, y el cuarto también parecía recuperarse del impacto anterior; maldije entre dientes.
Me sentí amenazado por los cuatro secuestradores, debía actuar rápido. Cuando sentí que perdían fuerzas en las manos, pude arrebatarle el báculo metálico a uno de ellos, usando aquel pude intersectar la décima patada provocando un grito desgarrador. Sin detenerme arrojé la daga hacia atrás sin siquiera voltear, esta se profundizó sobre una notable herida en el hombro del dueño, quién también exclamó su dolor utilizando palabras soeces. Continuando con la batalla, el sujeto de al frente impactó su hacha en el suelo cuando conseguí evitar su ataque frontal, y estando de costado encajé la punta de la barra contra su cien. En ese instante me proponía a darle el golpe de gracia a los otros dos sujetos que no dejaban de quejarse, debido al dolor causado por el arma que todavía sostenía. Ya podía saborear la victoria del encuentro; sin embargo, una última presencia hizo detener mis actos.
-¿Quién está siendo tanto escándalo?-.
Un muchacho de mi misma edad hizo su aparición entre los árboles opuestos a los que vine, llevó sus manos hacia su frente avergonzado por la debilidad que mostraban sus secuaces. Algo me llamó la atención del extraño sujeto, además de no preocuparse por los heridos, llevaba un tatuaje de una cruz negra entre los pectorales rodeados por kanjis sin sentido alguno. ¿Qué se traía este sujeto apareciendo de repente? Me observó fijamente después de acomodar unos distinguidos guantes de cuero, la expresión en su rostro era nula, no descifraba el estado de ánimo en que se encontraba. Lo que llegué presenciar fue un aura malvada que danzaba entre sus piernas ascendiendo lentamente.
-Veo que no puedo dejarlos solos ni por unos minutos.- Resondró a los guerreros caídos. -Un niño de cara bonita los deja inestables… Son un insulto para mí.-
-¿Quién eres tú?- Me atreví a preguntar.
-Ah… Sí. Olvidé presentarme. Yo soy Katac-Su, tu verdugo.- Fue un anuncio de muerte instantánea. -No hay más que decir.-
Sacó de su bolsillo una vara de corta longitud, la cual se convirtió en una lanza de doble filo al insertarle dos curiosas cuchillas, realizó una pirueta antes de tomar una posición defensiva acomodando su única y larga trenza detrás de él. Me llamó con la mano. Acepté el desafío y cambié de arma. Un duelo interesante daría a lugar, estaba a punto de luchar con el sujeto que, sin saber, sería mi eterno rival. La tensión se podía sentir en el aire, el respirar de ambos era sincronizado, nuestras miradas se cruzaron una última vez y nos analizamos mutuamente. Especulé lo suficiente para descubrir que no era un samurái, la forma en que sostenía el arma era muy singular a la que había visto, su palma apenas rozaba con el mango de la lanza, tampoco había señal de poseer alguna katana.
El sol del atardecer alumbraba nuestro suelo, un ligero viento recorrió nuestras frentes apartando los rastros de mi cabello. Una cortina de humo se creó tras nuestros pasos, las huellas dejadas en la arena eran demasiado profundas como para ser hechas por humanos normales; unos titanes fue la descripción que dieron los espectadores. Desapareció frente a mis ojos dejándome desconcertado por completo, lo busque con la mirada en cada rincón del escenario. Mis ojos palpitaron cuando una sombra se colocó al lado de la mía, me tiré al suelo mientras giraba para así poder detener el ataque aéreo. Un escandaloso choque metálico ahuyentó a los pocos animales que transitaban por el lugar. Desde esa posición podía ver aquellos ojos que se conservaban tan serenos como antes, sin una gota de rencor o melancolía por vencer a sus camaradas, sólo emitía el deseo de una lucha a muerte.
Realizó unos pasos hacia atrás drileando a la par que maniobraba con el arma, transportándola de mano a mano y pasando las afiladas cuchillas frente su rostro con un control completo de ellas; finalizó señalando mi cabeza con la punta esta. Yo balanceé el cuerpo impulsándome con las manos, mis piernas soportaron el peso sin esfuerzo alguno, solo restaba empuñar la katana que se encargaría de humillar a tan intolerable sujeto. Silencié mi voz de nuevo, mientras los empleados nos admiraban llenos de miedo rogando que sea el vencedor de la contienda. La naturaleza parecía respetar nuestros deseos de lucha, pues bien se dice que la sangre derramada sobre sus ropas será el castigo de tu próxima vida; una maldición que ninguna persona anhelaba aceptar.
Esta vez fui a embestirlo ondeando la espada poseída por el coraje de mi corazón, un rostro enfadado era reflejado en el lomo de ella, mi ser dejaba de tener alma y yo sin saberlo. Una excelente defensa bloqueo mi poderosa estocada, zarandee las manos tratando de liberarme siendo en vano. Afiné los ojos llenos de ira, y en el mismo sitio varias cortadas se intercambiaron sin tocar piel alguna. Me burlé del sujeto, pues el tono de su aspecto dejaba de perder la sensatez de siempre; ya me consideraba como un buen oponente. Avanzamos ciegamente hasta un grupo de árboles, los cuales fueron victimas repetidas de los feroces ataques. La batalla parecía ser eterna, ninguno de los dos otorgaba oportunidad; sin embargo, en el último movimiento ambas armas se golpearon entre sí ascendiendo hasta tocar las nubes, tuvimos la misma idea de pegar con las manos desnudas, lo que sólo acabo con un estremecedor encuentro de nudillos. En seguida, la espesa sangre se escapaba de nuestras heridas provocadas por el instantáneo y violento golpe. Sonreímos satisfechos de una buena introducción.
La tenebrosa cruzada fue interrumpida al escuchar unos pasos detrás de mí, eran los sujetos quienes revivieron luego de un merecido descanso, estupefactos por ver a su líder en aprietos. Sabía que si me defendía de ellos, estaría a merced de Katac-Su. -Ya déjenlo…-Fueron las palabras de mi axiomático enemigo, hizo una señal para bajar las hojas de sus respectivos objetos. Su actitud había cambiado radicalmente, en la mirada de él pude notar un conjunto de valores y respetos dirigidos hacia mí, me llené de orgullo y copié su mirada. Preguntó mi nombre antes de desaparecer entre los robles del bosque. Contentado con la respuesta se esfumó dejando un aire de frialdad, como si se hubiera propuesto a matarme algún día.
Luego de liberar a los prisioneros, me dirigí sin descansar hasta las puertas del ryokan, mi nuevo hogar. Como lo esperaba, el señor Furui me recibió con una sonrisa beneficiosa, tal persona confiaba que llegaría con sus empleados. Sin embargo, todavía no podía entender el porque tan misterioso personaje dejó inconclusa tan emocionante pelea, aún más cuando tenía ventaja sobre mí. Mi cuerpo se estremeció y volteé hacía la ventana más cercana de la habitación, observé el sol ocultarse entre las montañas deseando que un día me volviese a encontrar con el habilidoso sujeto.
-…Katac-Su…- Susurré su nombre en silencio.