domingo, 12 de abril de 2009

Capítulo 3: Katac-Su


Mi veloz figura se transportaba entre los árboles agitando cada una de sus ramas a causa de los saltos, a su vez diversas hojas caían sobre el césped dejando una especie de rastro. No sabía a donde me dirigía, un espíritu combatiente se apoderó de mí haciendo que el corazón latiera desmesuradamente por el deseo de pelear, una sensación completamente extraña. Quizá era la adrenalina que recorría velozmente en mis venas teñidas con sangre guerrera. A mitad de camino, recordé el relato de un viejo monje que realizó la hazaña de ser el primer hombre en escalar el monte Fuji; sin embargo, me percaté de un error que pasaba por alto: la fantástica historia era ambientada entre las ciudades de Shizouka y Kofu; demasiado apartado de Kyoto. Las heridas del individuo que entró al negocio parecían recién hechas, los pies del mismo no pareciese que haya recorrido mucho aún estando descalzo. Detuve mi veloz carrera de forma violenta casi quebrando la última rama donde me posé, miré a los costados buscando el árbol más grande sin saber que estaba parado sobre él. Cuando lo descubrí trepé hasta llegar a la corona traspasando las tantas hojas que poseía, eché un vistazo dentro del perímetro donde me localizaba, ninguna montaña era más grande que la otra, sólo idénticas entre sí. No obstante, una gran cantidad de humo se expandía en las cercanías, me llamó la atención y fui a investigar.
Como tal felino que camina sobre los tejados, me acerqué sigilosamente entre algunos arbustos omitiendo todos los ruidos que mi cuerpo podía producir. Una apeste a fuego de hoguera se expandía dejando el desagradable olor en mis ropas, parecía que estuviesen quemando alguna hierba tóxica. Las personas que rodeaban aquella gran llama sonreían con una expresión entre placer y torpeza a la vez, podría decirse que en sus ojos se reflejaba un dolor siendo remplazado por inmensa alegría. Tapé mis narices para no caer en los mismos efectos, y me percaté de otra gente casi apartada del disturbio, sobre sus solapas llevaban la escritura del señor Furui. Estaban atadas de pies y manos con unas sogas que serían fáciles de quebrar; sin embargo, un minúsculo detalle se escapó del ingenioso plan.

-¿Eh?... ¿Y mi katana?...- Recordé cuando lo dejé caer “heroicamente” en la sala del negocio. -¡Maldición! ¿Qué voy a hacer sin un arma?- Susurré.
-¿Te presto la mía?-
-Sí, me sería de gran ayuda.-

Una desagradable voz se escuchó a mis espaldas pegándome un gran susto de la sorpresa que me llevé. No volteé ni siquiera a mirar de quien se trataba. Respondí utilizando mi codo izquierdo en medio de su pecho mientras separaba mis piernas unos centímetros, adopté una posición básica de combate. Antes que pudiera contrarrestar mi ataque, lo cogí de la nuca con ambas y estrellé su obsceno rostro contra mi cabeza. Su sangre salpicó desde la achatada nariz manchando mis ropas, giré mi cuerpo observando como empezaba a desplomarse aturdido por el golpe, faltó poco para impactar con el suelo. El ruido provocado por el pesado cuerpo hubiera revelado mi escondite. -Te la devuelvo algún día.- Dije mientras dejaba al inconciente sobre los suelos apoderándome de su espada. Arrastré el inmóvil ser hasta unos arbustos de mora, no lo encontrarían en un buen tiempo. En ese lapso logré entender de la desgracia que hubiese sucedido si el escenario fuera el de una guerra, aparecer sin una espada debía ser un error poco usual entre los samurai, más fácil es entregarse a los lobos antes de cometer un suicido.

Tal parecía que la misión sería un éxito en cuanto me coloqué cerca de las victimas, estas me miraron con ojos saltones al notar mi presencia cerca; quizá asustados por las torturas que pudieron padecer. Tan pronto como salí a liberarlos un ladrido me tomó por sorpresa, no había tomado en cuenta que alguien podría estar haciendo de guardia. El can de oscura piel y amenazantes ojos me ladró repetidas veces, le ordené que se callara, pero seguía mostrando los colmillos y gruñendo sin parar. Debía callar a esa bestia indomable, por lo que usé la funda del arma robada para golpear su cabeza y dejarlo fuera de combate. Para aquel momento los amos del animal aparecieron a mi alrededor, furiosos bloqueaban la salida de un próximo escape.
El combate no había iniciado y ya podía sentir las ganas de derribarlos usando mis grandes dotes de samurái. Sonreí confiado observando a cada uno de los cuatro sujetos empuñar sus distinguidas armas. Desvainé con lentitud la katana soltando unos cuantos destellos desde ancho de la hoja. Aunque me superaban en número, no demostré temor alguno; dejarme intimidar podría convertirse en una desventaja más, no correría ese riesgo, me sentía seguro de mi mismo. Paso el tiempo y ninguno de nosotros se atrevía a dar el primer movimiento, por lo sujete con fuerza el mango de extraño tejido; embestí al primero golpeando los costados de ambos sables, el otro secuaz se acercó usando la punta de una daga, bloqueé el ataque pasando la katana por encima de mi cabeza para colocarla detrás de mi espalda. No podía quedarme quieto, las cuchillas se abalanzaron sobre mí desde distintos puntos, logré escabullirme de ellas al lanzarme hacia el suelo, el sonido metales cayendo nos aturdió a todos. Aproveché para abrirme paso entre ellos y llegar hasta a una pila de rocas.

Vinieron hacía mí como coyotes hambrientos. Dejé caer la espada y cogí un puñado de rocas, se las tiré al primero de la fila, las desvió con destreza agitando la daga mientras avanzaba, al tenerlo cerca tuve la oportunidad de golpear su duro rostro. Luego de coger el cuchillo que soltó aquel individuo, expulsé al del medio usando una buena tecleada. Estando entre los otros dos, me defendí de los peligrosos cortes y batidas que lanzaban ambos guerreros mientras el polvo del lugar se alzaba sobre nuestros pies. Detuve la barra de metal que cargaba el de la izquierda, en seguida la daga se encargó de la katana; cometí un gravísimo error, no esperaba una patada repentina por cortesía de los dos. Al ver que apenas me inmuté continuaron golpeando mi pecho, por si fuera poco el de la daga se levantaba acariciando su rostro, y el cuarto también parecía recuperarse del impacto anterior; maldije entre dientes.

Me sentí amenazado por los cuatro secuestradores, debía actuar rápido. Cuando sentí que perdían fuerzas en las manos, pude arrebatarle el báculo metálico a uno de ellos, usando aquel pude intersectar la décima patada provocando un grito desgarrador. Sin detenerme arrojé la daga hacia atrás sin siquiera voltear, esta se profundizó sobre una notable herida en el hombro del dueño, quién también exclamó su dolor utilizando palabras soeces. Continuando con la batalla, el sujeto de al frente impactó su hacha en el suelo cuando conseguí evitar su ataque frontal, y estando de costado encajé la punta de la barra contra su cien. En ese instante me proponía a darle el golpe de gracia a los otros dos sujetos que no dejaban de quejarse, debido al dolor causado por el arma que todavía sostenía. Ya podía saborear la victoria del encuentro; sin embargo, una última presencia hizo detener mis actos.

-¿Quién está siendo tanto escándalo?-.

Un muchacho de mi misma edad hizo su aparición entre los árboles opuestos a los que vine, llevó sus manos hacia su frente avergonzado por la debilidad que mostraban sus secuaces. Algo me llamó la atención del extraño sujeto, además de no preocuparse por los heridos, llevaba un tatuaje de una cruz negra entre los pectorales rodeados por kanjis sin sentido alguno. ¿Qué se traía este sujeto apareciendo de repente? Me observó fijamente después de acomodar unos distinguidos guantes de cuero, la expresión en su rostro era nula, no descifraba el estado de ánimo en que se encontraba. Lo que llegué presenciar fue un aura malvada que danzaba entre sus piernas ascendiendo lentamente.

-Veo que no puedo dejarlos solos ni por unos minutos.- Resondró a los guerreros caídos. -Un niño de cara bonita los deja inestables… Son un insulto para mí.-
-¿Quién eres tú?- Me atreví a preguntar.
-Ah… Sí. Olvidé presentarme. Yo soy Katac-Su, tu verdugo.- Fue un anuncio de muerte instantánea. -No hay más que decir.-

Sacó de su bolsillo una vara de corta longitud, la cual se convirtió en una lanza de doble filo al insertarle dos curiosas cuchillas, realizó una pirueta antes de tomar una posición defensiva acomodando su única y larga trenza detrás de él. Me llamó con la mano. Acepté el desafío y cambié de arma. Un duelo interesante daría a lugar, estaba a punto de luchar con el sujeto que, sin saber, sería mi eterno rival. La tensión se podía sentir en el aire, el respirar de ambos era sincronizado, nuestras miradas se cruzaron una última vez y nos analizamos mutuamente. Especulé lo suficiente para descubrir que no era un samurái, la forma en que sostenía el arma era muy singular a la que había visto, su palma apenas rozaba con el mango de la lanza, tampoco había señal de poseer alguna katana.

El sol del atardecer alumbraba nuestro suelo, un ligero viento recorrió nuestras frentes apartando los rastros de mi cabello. Una cortina de humo se creó tras nuestros pasos, las huellas dejadas en la arena eran demasiado profundas como para ser hechas por humanos normales; unos titanes fue la descripción que dieron los espectadores. Desapareció frente a mis ojos dejándome desconcertado por completo, lo busque con la mirada en cada rincón del escenario. Mis ojos palpitaron cuando una sombra se colocó al lado de la mía, me tiré al suelo mientras giraba para así poder detener el ataque aéreo. Un escandaloso choque metálico ahuyentó a los pocos animales que transitaban por el lugar. Desde esa posición podía ver aquellos ojos que se conservaban tan serenos como antes, sin una gota de rencor o melancolía por vencer a sus camaradas, sólo emitía el deseo de una lucha a muerte.

Realizó unos pasos hacia atrás drileando a la par que maniobraba con el arma, transportándola de mano a mano y pasando las afiladas cuchillas frente su rostro con un control completo de ellas; finalizó señalando mi cabeza con la punta esta. Yo balanceé el cuerpo impulsándome con las manos, mis piernas soportaron el peso sin esfuerzo alguno, solo restaba empuñar la katana que se encargaría de humillar a tan intolerable sujeto. Silencié mi voz de nuevo, mientras los empleados nos admiraban llenos de miedo rogando que sea el vencedor de la contienda. La naturaleza parecía respetar nuestros deseos de lucha, pues bien se dice que la sangre derramada sobre sus ropas será el castigo de tu próxima vida; una maldición que ninguna persona anhelaba aceptar.

Esta vez fui a embestirlo ondeando la espada poseída por el coraje de mi corazón, un rostro enfadado era reflejado en el lomo de ella, mi ser dejaba de tener alma y yo sin saberlo. Una excelente defensa bloqueo mi poderosa estocada, zarandee las manos tratando de liberarme siendo en vano. Afiné los ojos llenos de ira, y en el mismo sitio varias cortadas se intercambiaron sin tocar piel alguna. Me burlé del sujeto, pues el tono de su aspecto dejaba de perder la sensatez de siempre; ya me consideraba como un buen oponente. Avanzamos ciegamente hasta un grupo de árboles, los cuales fueron victimas repetidas de los feroces ataques. La batalla parecía ser eterna, ninguno de los dos otorgaba oportunidad; sin embargo, en el último movimiento ambas armas se golpearon entre sí ascendiendo hasta tocar las nubes, tuvimos la misma idea de pegar con las manos desnudas, lo que sólo acabo con un estremecedor encuentro de nudillos. En seguida, la espesa sangre se escapaba de nuestras heridas provocadas por el instantáneo y violento golpe. Sonreímos satisfechos de una buena introducción.

La tenebrosa cruzada fue interrumpida al escuchar unos pasos detrás de mí, eran los sujetos quienes revivieron luego de un merecido descanso, estupefactos por ver a su líder en aprietos. Sabía que si me defendía de ellos, estaría a merced de Katac-Su. -Ya déjenlo…-Fueron las palabras de mi axiomático enemigo, hizo una señal para bajar las hojas de sus respectivos objetos. Su actitud había cambiado radicalmente, en la mirada de él pude notar un conjunto de valores y respetos dirigidos hacia mí, me llené de orgullo y copié su mirada. Preguntó mi nombre antes de desaparecer entre los robles del bosque. Contentado con la respuesta se esfumó dejando un aire de frialdad, como si se hubiera propuesto a matarme algún día.

Luego de liberar a los prisioneros, me dirigí sin descansar hasta las puertas del ryokan, mi nuevo hogar. Como lo esperaba, el señor Furui me recibió con una sonrisa beneficiosa, tal persona confiaba que llegaría con sus empleados. Sin embargo, todavía no podía entender el porque tan misterioso personaje dejó inconclusa tan emocionante pelea, aún más cuando tenía ventaja sobre mí. Mi cuerpo se estremeció y volteé hacía la ventana más cercana de la habitación, observé el sol ocultarse entre las montañas deseando que un día me volviese a encontrar con el habilidoso sujeto.
-…Katac-Su…- Susurré su nombre en silencio.

Capítulo 2: Kyōto.








Dos largas e interminables semanas transcurrieron desde mi partida y todavía no llegaba al lugar deseado, el viaje se tornó más pesado de lo que creí. Las reservas de comida y agua se empezaron a desvanecer como las esperanzas de convertirme en un futuro guardián. Un cansancio se apoderaba de mí, apenas me podía trasladar sujetando una alargada vara que encontré por el camino. Había soportado el horroroso clima del invierno; en realidad, me fascinaba la cuarta estación del año y correr entre el suelo lleno de nieve representaba mi libertad, pero con lo sucedido todo me causaba molestia; podría decirse hasta el punto que aborrecía el encantador silbido de las aves. Todo parecía señalar el fin de la travesía, llegué a creer que había escapado de mi destino al no morir a manos de los asaltantes. Cuando estaba por soltar el último suspiro un brillo salpicó sobre mis ojos, de entre las montañas el sol emitió un rayo sobre la puerta de bronce que se prestaba frente a mí, en el centro de ella una figura perteneciente al arte japonés era el detalle perfecto que encajaba y en el borde superior de ella rezaba una frase que me llenó de felicidad: “Kyōto, Capital de la paz y bienestar“.

Las puertas se desplegaron hacía atrás revelando una admirable ciudad con varias casas hechas de madera rodeando la calle principal. Diversos comerciantes halaban de las carretas llenas de mercadería, la gente se trasladaba de un lado a otro con atuendos coloridos, y unos cuantos niños que jugaban a perseguirse invadían el camino. Me percaté de que la gente no era tan amable como lo esperaba, hasta que alguien se apiadó de mí compartiendo conmigo una colorida manzana, mi primer alimento digerido después de tantos días. Antes de poder agradecerle el gesto ya había desaparecido. La ciudad que tanto había escuchado hablar era muy desordenada, debía sufrir de una sobre población lo que me dio a imaginar que Japón podría llegar a ser un país muy pequeño. Continúe el recorrido con mucha cautela de ser empujado por uno de esas tantas personas que transitaban; sin embargo, entre la multitud un sujeto de contextura muy gruesa apartaba a todos de su camino con sus grandes extremidades, sin querer me golpeó con su brazo y por consecuencia camine de espaldas hasta atravesar el acceso a un local.

Una vez adentro caí sobre las tablas provocando un impacto que hizo todos voltearan. Me quejé repetidas veces mientras un conjunto de personas se colocaba junto a mí, observándome como si yo fuera un ebrio más que llega a un izakaya (bar-restaurante japonés). Sin embargo, por la estructura del local no parecía ser un Izakaya corriente; era cierto que el lugar tendría al menos quince mesas, pero una escalera me hacía dudar además de ser un lugar demasiado amplio; obvio, había tropezado con un ryokan como lo señalaba un pergamino que colgaba en una pared. Era la primera vez que me adentraba a un hospedaje y no parecía agradarle al dueño, pues se me acercó frunciendo el seño entre sus pobladas cejas.

-¿Qué te propones a hacer?- Preguntó muy enfadado el anciano.
-Lo siento… Sólo pasaba por… aquí.- Respondía desde el suelo mientras mis palabras silenciaron quedando yo inconciente.

Cuando desperté del profundo sueño me vi rodeado por bloques blancos llenos de pinturas artísticas, una ventana daba al costado de la más llamativa entre todas. Estaba arropado hasta el cuello y también noté un humeante recipiente sobre una bandeja, como si alguien hubiera cuidado de mí mientras dormía. La puerta se desplazó dando paso al administrador del edificio, vestía unas finas ropas blancas con dibujos de flores, era un tejido japonés tradicional, no una simple manta como mis actuales ropas; de estatura promedio y una sonrisa muy jovial, era extraño que su actitud haya cambiado tan pronto. Sin decirme nada caminó hacia la ventana observando el celeste cielo, a la vez que una muchacha retiraba el té que no terminó de beber. Me senté presionando la palma de mi mano contra la frente, como si tuviera una terrible resaca después de una noche de celebración; sin embargo, era por el golpe que me dí al llegar.
-¿Cómo te llamas?- Al fin me dirigió la palabra.
-¿Eh?... Pues… Mi nombre es…- Hice una pausa, no quería revelar mi verdadero nombre. -Lo siento, no se lo puedo decir.-
-Es una pena. ¿Qué hace un muchacho viniendo sin equipaje ni dinero a Kyoto?- Continuó el interrogatorio. -¿O tampoco me lo piensas decir?-
-Vine a convertirme en un samurái y servir al amo de estas tierras.-
-Entiendo…- Dijo sin sorprenderse. -Eso explica que cargues tan peligrosa arma. Estaba por denunciarte, pero parecías buena persona cuando te desmayaste.-
-… Le agradezco que me haya dejado descansar en su posada.-
-¿Te vas tan pronto? ¿No deseas quedarte aunque sea un par de días más?-
-Me agradaría, pero no tengo con que pagarle.-

El senil volteó con una sonrisa muy vivaz. Caminó hasta colocarse a mi costado sin siquiera mirarme a los ojos, cuales extrañamente emanaban confianza y su voz era inusual. Rascó su mentón repetidas veces con una mirada reflexiva, era obvio que tenía algo pensado para mí. No quise ser grosero, pero debía salir del lugar antes que me comprometiera en algo que me podría arrepentir. Pensé que me detendría, pero me dejo avanzar tranquilamente hasta donde se encontraba mi espada; sin embargo, el mediano cuerpo del viejo me interceptó deteniendo mi andar, quede atónito con la destreza realizada. Fijo sus oscuros orbes sobre los míos señalando mi katana por encima de su hombro -¿Intentas ser samurái con esa basura?- se burló. Sus palabras retumbaron mis oídos sin poder creer lo que decía, había osado insultar la preciada arma que mi bisabuelo forjó, la que usé para vencer a aquellos maleantes del pueblo. Mi sangre empezó a hervir por la furia que el anciano provocó; no obstante, el favor que le debía hizo detener el acto de golpearlo.

-No te ofendas. Es una bonita arma, pero es una inútil herramienta para batallar. Puedo asegurarte que podrías morir en tu próxima batalla.- Siguió con la burla.
-Se equivoca, la pude usar para defenderme de unos delincuentes.- Respondí.
-Tú lo haz dicho… Delincuentes. Si te vas a ser un samurái… Necesitas algo más potente, puesto que tus adversarios no tendrán compasión en una guerra de clanes.- Explicó. –Te propongo algo. Sé el guardián de mi negocio y te obsequiaré una buena espada.- Era astuto, ya empezaba a negociar conmigo.
-No la necesito. La espada de mi familia será mi protección-.
-….-La expresión del dueño se tornó brusca y furiosa, similar a la mía momentos atrás.
-¿Qué has dicho?... ¿Usar la espada familiar?... ¡¿Eres un rebelde?!- Vociferó llegándome a espantar. -Un samurái digno del código Bushido jamás debe enlazar el honor de la familia con su lucha.- Me regañó como si hubiera cometido un acto vandálico.-Lo que haz hecho sólo demuestra que no estás capacitado para ser llamado Samurái.- Me dio la espalda. –Trabajarás para mí, quieras o no, después de todo no tienes opción.

Mi nuevo jefe salió iracundo. Tenía razón, aunque poseía una espada seguramente no podría ser contratado como soldado tan a la ligera, mi nombre debería ser pronunciado al menos por los Okyo. Había llegado a Kioto y no tenía a donde dirigirme, sólo quedaban dos opciones: trabajaba para el misterioso señor o moría en una ciudad donde nadie me conocía; aunque siempre somos amables entre los nuestros, es difícil que un desconocido te conceda la oportunidad de vivir. Observé nuevamente la katana familiar, me percaté que no tenía el mismo brillo que las armas usadas por mi anteriores rivales, era apagada sin emitir ningún sentimiento, sólo portaba recuerdos de quién era y mi pasado que borraría en cualquier segundo.

Bajé a la sala donde me desmayé, apenas unas cuantas mesas eran atendidas por bellas mujeres vestidas por un kimono azul, las cuales sonreían sin cesar. ¿Acaso había espantado a los clientes con mi aspecto? ¿Esa sería el motivo por el cual quería que fuese un guardián?, No lo creo. Brevemente, pensé que había podido ver en mis ojos lo que mi padre siempre admiraba de los míos, una infinita sed de ser respetado por los demás. Una extraña sensación de nostalgia se reflejó en mi rostro, pero la aparté con un par de golpes sobre este.
-¡Furui-Sama! ¡Furui-Sama!.-

Un llamado desesperante se escuchó desde mis espaldas, se trataba de un muchacho con una mirada espantada que caminaba torpemente por donde había pisado. Lo detuve colocando mi siniestra sobre su pecho, el latido agitado golpeaba violentamente sobre mi palma, su alma rogaba por clemencia y perdón. Seguía gritando el mismo nombre, una y otra vez, aún cuando lo sujetaba para que no siguiera avanzando, su terror podía invocar fuerzas imaginables producto de la sinergia. Mi amo –debía acostumbrarme a usar ese término- salía de entre unas cortinas marcadas con el nombre del lugar, me percaté que coincidía con lo que chillaba entre lágrimas el muchacho. Con poca presión me hizo a un lado interviniéndolo, entre el balbuceo se le pudo entender que la caravana que traía la nueva mercadería había sido secuestrada por unos ladrones en medio de la montaña Fuji. Antes de poder seguir escuchado vagos detalles los ojos de mi señor se cruzaron con los míos, cuales palpitaron acompañados de una sonrisa, era mi primera misión. -¡Hai!- Grité sosteniendo mi katana a altura mis hombros y la solté, en seguida salí del negocio embistiendo el viento como si no importara nada, ni siquiera el hecho de que no sabía a donde iba, acepté la pasión que recorría mi corazón de guerrero me guiaría hasta llegar al lugar del crimen.
Mis ojos se tornaron profundamente negros cuando escucharon la gran puerta cerrarse tras mis espaldas junto con las banderas agitarse con el viento, las cuales mostraban el emblema de la ciudad. A la altura que la emoción iba aumentando podía presenciar como una amplia sonrisa se expandía en la cara arrugada del señor Furui. Los instintos no me fallarían, ellos mismos fueron los que me invocaron para cambiar mi sueño, y pase de ser un joven que deseaba ser el mejor Señor Feudal a un vigilante quien adquiría nueva sabiduría para fabricar un nuevo objetivo ser el mejor samurai de Kyōto.
Y mi nuevo nombre sería… Kaze.

Capítulo 1: Iniciación.


El Período Sengoku es uno de los periodos más violentos de la historia, han transcendido ochenta años desde su fundación en el año 1467. Duras batallas recorrieron la nación por obtener el trono y ser el Shogún de Japón, las muchas discutas entre clanes siempre son las aperturas de arduas contiendas que perduran por varias semanas. Yo siempre he estado alejado de todo aquello, pues desde muy pequeño mi meta ha sido diferente a la de los demás niños de mi edad, anhelaba convertirme algún día en un señor feudal, como lo era mi padre. Sin embargo, el cruel destino me puso en otra senda, ni mis hermanos, ni mis padres, ni yo imaginaba que me convertiría en un servidor más del ejercito japonés… En un samurái.
Por la mañana de este caótico día me imaginaba lo habitual, servir en el campo para así obtener conocimientos sobre lo que me proyectaba ser. Los rayos del sol apenas llegaban por encima de los árboles continuos a mi morada, pajarillos volaban sin rumbo alguno alrededor del terreno familiar y una suave brisa anunciaba que sería un buen día. Cuando decidí por fin separar los parpados un olor se escabulló por debajo de mi nariz, olfateé y, en seguida, reconocí la merienda que siempre nos servían en las mañanas. Como siempre era el último en llegar, todos me observaron con una sonrisa frecuente señalando que de nuevo me desperté tarde.

-Buenos días, familia.- Dije con voz soñolienta.

Tomé asiento en mi puesto, al costado de mi madre y frente a mi hermano menor, tenía el tercer lugar en la familia por ser el primogénito. No mencionaré mi apellido al igual que mi nombre, pues eso es algo que pertenece al pasado y no deseo decepcionar a mis antecesores. Después de desayunar salimos al campo en orden aleatorio mientras reíamos con las mismas bromas de siempre, nunca hubo un recelo entre nosotros, pues el heredero de las tierras sería el mejor de los tres; sin lugar a dudas, yo esperaba ser aquel. Arábamos la tierra para poder crear grandes frutos que podrían venderse en el mercado, mi padre siempre nos dirigía cabalgando sobre un potro, él constantemente decía: para ser su heredero teníamos que demostrar ser un verdadero señor feudal, luego mostraba una cálida sonrisa y palpaba cada una de nuestras cabezas. Me llamó cuando iba trayendo unos costales desde el almacén, lo más probable tendría que ir al pueblo subsiguiente para traer semillas, por lo general se trataba de eso.

Así fue, en menos de diez minutos me puse una vestimenta para viajar, y tome el viejo morral colgando la correa sobre mi hombro. Apenas me despedí de mis hermanos, los cuales se reían porque a ellos nunca los enviaban, empecé a andar por el sendero que se abría al finalizar las tierras. Nunca me molestó visitar los pueblos, pues donde me dirigía la gente me conocía y me daban un buen trato por ser hijo de un señor feudal; debo confesar que era uno de los tantos motivos que me llevó a elegir ese sueño, el respeto de una comunidad. Otra razón de mi gusto por caminar en largos caminos, era ver la naturaleza en su máxima expresión: el viento refrescando mi rostro mientras jugueteaba con mis cabellos, los animales corrían por mi costado acompañándome en silencio o musitando su única palabra. De vez en cuando me detenía a descansar para comer un onigiri del montón que me daban, también me entretenía corriendo de los animales silvestres que repentinamente me atacaban por pasar cerca de su hábitat. Recordé haber traído mi instrumento musical, lo retiré de entre todas las cosas que tenía y me dispuse a seguir mientras una melodía era liberada de mi amada Koma-Bue (Flauta tradicional de Japón tallada a madera).

Luego de andar alrededor de una hora llegué al pueblo, los aldeanos me recibieron como de costumbre, uno que otros ofrecían algo de comer y otros simplemente saludaban alzando la mano. Directamente me acerqué a la tienda correspondiente, adquirí lo que debía comprar y salí de ahí. Me distraje un rato al jugar con unos muchachos en las puertas de la urbe. Pasado un cuarto de hora me percaté del retraso, -un futuro señor feudal no debía comportarse así- pensé, además en casa se enfadarían cuando llegase. Sabía que si iba corriendo me demoraría la mitad del tiempo, por lo que deje una cortina de polvo detrás de veloces pasos.

Cuando me encontraba en medio del camino, pude escuchar un sonido proveniente del horizonte, un pesado trote golpeaba el suelo repetidas veces. Una veloz tropa de jinetes cargando el estandarte de un clan conocido por la zona, los guerreros ondeaban sus armas por encima de las cabezas entonando un grito aterrador. Mis piernas empezaron a temblar por lo aterrado que estaba, nunca tuve tanto miedo en mi corta vida. Salté hacía unos montón de rocas donde me ocultaría hasta su llegada. –Que no me encuentren…- Rogué. La tierra tembló al pasar por mis espaldas, una expresión de pánico se reflejó en mi rostro, mis nervios estaban llegando al límite, el corazón latía con frenesí con cada trote de los caballos. Un largo suspiro se escapó de mis labios en cuanto divisé al último salvaje alejarse; sin embargo mi cuerpo entero aún tiritaba. –Ya pasó- Quise calmarme. Caminé mirando atrás cada momento del regreso, hubo un instante en que llegué a pensar quién sería la próxima victima de sus ataques, sin lugar a dudas sería el pueblo donde acababa de salir.

Llegué a mi hogar atemorizado aún por lo ocurrido, bajo uno de esos traumas que nunca pueden desaparecer o borrarse con facilidad. Mis pasos eran lentos y tímidos, mi mirada se dirigía al suelo, podía recordar cada rostro de aquellos villanos cabalgando por aquella tierra. De pronto, noté el silencio que brotaba en mi contorno, silencio nunca emitido durante el tiempo en que permanecí ahí. Corrí hacía la puerta principal. Mis oscuros orbes palpitaron, el habla se apagó por completo, un par de lágrimas brotaron deslizándose por mis mejillas. Los cuerpos de mis seres queridos tendidos en el suelo, manchados con su propia sangre –Papá… Mamá… Hermanos…- Al fin salieron algunas palabras. Me fue sencillo descubrir lo que había pasado, cuanto más revisaba las habitaciones de la casa pude darme cuenta de que los sujetos que evité asesinaron a mi familia, también se habían llevado el dinero recaudado en años de esfuerzo, por si fuera poco destruyeron hasta el último centímetro de las tierras.
El cuerpo se quedó inmóvil por varios minutos, mi ser sollozante aún creía lo sucedido, en cuestión de segundos se llevaron todo una vida, además de una familia. Levanté la mirada y encontré un objeto que me provocó una malvada sonrisa. Frente a mí se encontraba una reliquia familiar: la katana del bisabuelo, cuál él mismo forjó para proteger su legado; sí había sido para defender el honor de la familia… me vengaría usando aquella. No lo pensé ni dos veces, empuñé el arma observando la poderosa hoja de metal que manifestaba sobre ella mi compareciente rostro lleno de ira. Pegué un grito similar al que mis futuros rivales emitían al pasar cerca de mí y desaparecí del lugar hacia el pueblo donde había estado minutos atrás.

Corrí de nuevo por aquel sendero que unía la vieja hacienda con el pueblo atacado. Mi velocidad se incrementó a tal punto de poder llegar en poco tiempo, desde las lejanías llegaba a ver el humo emitido de las casas entre las llamas, algunos aldeanos lograron escapar de la masacre uniéndose en pequeñas caravanas. La fría mirada de mi rostro los espantaba también de mí, más aún sosteniendo firmemente la katana de la familia. Manchas de sangre inundaron el lugar, el hedor de la misma se podía sentir en el aire. Deambulé buscando a alguno de ellos, hasta tropezar con el primero –Niño… ¿Qué haces aquí? Ve a correr donde tu mamá.- Rió después de burlarse de una falsa inocencia. Mis ojos sostuvieron una maldad infinita, los instintos actuaron por encima de los sentimientos; entre la mofa del sucio sujeto, aproveché para atravesar su pecho con la alargada espada.

El líquido rojizo que salpicó desde la abertura y cayó sobre mi rostro cubriéndolo por completo. Saboreé el grito de dolor que emitía el moribundo guerrero, tres de sus camaradas presenciaron el vil ataque realizado. Se lanzaron en mi contra, los metales de las espadas chocaron repetidas veces, me defendí del primero por un buen tiempo; sin embargo, no pude darle algún corte placentero. El segundo jugó rudo al embestirme desde un costado mientras apenas sostenía el arma familiar, rodé por los suelos manchando mis ropas con la sangre derramada. De nuevo fui atacado por uno de ellos, me defendía sin apartar mi malvada mirada de los ojos, algunas chispas rebotaban sobre el lomo de las katanas. Para mi desgracia, uno más atravesó la pared de madera con su inmenso cuerpo, me pegó una patada lanzando mi cuerpo hasta la entrada de la aldea.

Ya se me hacía difícil ponerme de píe, no sólo por ser el tercer ataque, sino por lo agotador que fue todo el día; mi espíritu rogaba por más lucha, pero mi cuerpo exclamaba descanso. La pandilla de forajidos había terminado de saquear todo lo valioso, se llamaron entre ellos y decidieron ejecutarme por ser tan entrometido, además de asesinar al novato del grupo; se decía que si un cómplice moría, todos cargaban un feroz castigo. Entre los últimos que se reunían alcancé a contar catorce personas, ningún líder entre ellos, sólo una tropa de bandidos. Caí rendido a los pies de un árbol, ya no podía contraatacar teniendo tantos adversarios a la vez, aquellos ser acercaban con una maliciosa sonrisa. Cerré mis ojos deseando que sucediese rápido, el final de mi vida ya había llegado, no importaba morir… No tenía nada más que perder.

No obstante, una luz que dividió las nubes del ocaso llegó hasta mi presencia, podía sentir como algo especial acariciaba mi alma regalando energías. Una extraña luminaria empezó a ser proyectada de mi cuerpo formando un aura alrededor de mí. Los demás se quedaron boquiabiertos por el acontecimiento. Observé mi propia mano izquierda, claramente pude ver como el chacra renacía con fuerzas inigualables, nunca antes sentidas. Señalé hacia la multitud de bárbaros –Ustedes… Morirán aquí.- Vociferaron una vez más. Con ágiles movimientos trepe por cada uno de sus hombros llegando así al del fondo, lo derribé usando la suela de mis pies y clavé la poderosa espada japonesa sobre su piel. Sin querer parar, me traslade hasta los otros dos adversarios, y los decapite dando un par de giros sobre mi eje, sus cabezas rebotaron bruscamente mientras una lluvia de sangre caía en la arena. Así continúe con el siguiente cortando sus partes en pedazos más pequeños que anterior. Me sentía como una estrella fugaz pasando por su lado cortando cada fragmento de su cuerpo. Uno de ellos, el último que me quedaba por matar, estaba escapando sobre su caballo; por poco lo logra, sino hubiera sido por el lanzamiento de mi katana que atravesó su cabeza por completo partiéndola en dos. Así finalicé mi venganza.

El escenario de batalla estaba invadido de sangre y cuerpos inertes cubriendo cada calle del pueblo. Aunque había cumplido mi deseo, no me sentía conforme por lo realizado. En verdad, me sentía entristecido por no poder haber defendido a mi familia como defendí mi propia vida. Ese simple deseo me impulsó a recurrir un oficio que no deseaba ni mencionar en aquel momento, había escuchado de guerreros que usaban la espada tradicional para defender el honor de su clan. Decidí que dedicaría la vida entera para servir a un líder revolucionario, quizá también podría descifrar sobre lo sucedido, pues el nunca tomado un entrenamiento de cómo usar la katana; sin embargo, disfruté manipular una de esas.

Miré por última vez el pueblo que acostumbraba visitar, para luego echar a andar en dirección a la capital de la nación… Me dirigía a Kyoto.

Introducción.

"Kaze, El Guerrero del Oriente." es la historia de un personaje ficticio en lo absoluto, no tiene relación alguna con la historia original de las tierras asiáticas, por lo que defino que el texto por leer es una fusión de cultura japonesa e imaginación; Está situado en los últimos años de una época de guerra que atravesó el antiguo Japón. Cabe resaltar que en algunos capítulos encontraran relatos muy surrealistas narrados primera persona por el protagonista de las mismas. Repito, los nombres de personajes y aldeas mencionadas en el texto son inventados.