lunes, 18 de mayo de 2009

Capítulo 5: Dios Samurái.

Una indescriptible energía recorre mis venas, ya no sé cuales son los límites que puedo alcanzar, creo ser capaz de realizar proezas inimaginables, soy el guerrero más fuerte que ha existido en la historia; así me siento: invencible. Ni el mayor ejército podría derribarme en este nuevo estado, los fantasmas del miedo se desvanecieron por completo, siendo remplazados por una nueva luz que me impulsa luchar. El mejor obsequio de todos se me había concedido y estoy descontrolado, mi corazón parece que fuese a estallar de la emoción. Parado sobre la cima del mundo me sentí glorificado, por encima de todos los demás. Al fin logré una de tantas metas propuestas: ser poseedor de un increíble poder; era un sentimiento fantástico e irreal. Nunca olvidaría el mejor día de mi vida.

Llevaba alrededor de seis horas desde que empezó la misión. No imaginaba lo enorme que llegaría ser la floresta en el perímetro de Kyoto, sus árboles alcanzaban medir quince metros de altura, lo que dificulta la visión cuando se pasa por una zona tan abundante. Durante mi recorrido observé una variedad de plantas, entre los arbustos se escondían las más extrañas flores que habría visto, tomé unas cuantas sin querer dañar el medio. El bello color de sus pétalos adornaría el ryokan, seguro que el jefe le agradará la idea. Al poco rato, me percaté de que había perdido la pista a los demás competidores, ellos se habían dispersado por diferentes direcciones, lo que me hizo pensar la individualidad de la competencia; después de todo, sólo cinco serían los escogidos.

Quería detenerme a descansar luego de una larga caminata, el sol dejaba de iluminar el bosque y debía buscar refugio. Para mi suerte distinguí una laguna en medio de dos grandes rocas bien formadas, como si fuera la entrada a esta. Mientras daba los primeros pasos ahuyenté al animal que bebía del agua, escapó muy apurado por lo que no conseguí ver cual era. Dejé caer el calzado estando cerca a la orilla, la planta de mi pie se introdujo permitiéndome sentir el frío del agua, me senté sobre la hierba luego de remangar el pantalón hasta la rodilla. Era extraño, no entendí por qué el reflejo de mi rostro se tornó temible; pero no me importo, sólo deseaba reponer las energías gastadas. Sin darme cuenta caí tendido en el suelo domado por el sueño; entre la bruma de mi mente divisé la frívola expresión de aquel audaz sujeto, lo que me hizo pensar que aún no estaba del todo completo, debía adquirir más experiencia para lograr vencer rivales como él.

La dama de la noche salía de entre oscuras nubes alumbrando el estanque con su luz, y en el centro de la misma dibujaba su hermoso ser. Admiré su belleza por mucho tiempo, casi olvidando todo el mal que guardaba en el pensamiento. Me sentí inspirado, dediqué un pequeño recital a los animales nocturnos de la floresta y utilizaría un instrumento dócil, la flauta. Mis dedos se deslizaban encima de los hoyos hechizados por el ambiente, las escalas del sonido desprendidas desde el delgado instrumento cambiaban con mucha suavidad. No me había percatado de lograr apaciguar a varios animales silvestres que se colocaron alrededor, acicalando mi piel contra la suya en una especie de bienvenida. La armonía producida parecía agradar a alguien más, alguien que se presentó con mucho silencio en el lugar, más que una persona parecía ser una esencia.

Cuando creí haber alcanzado calmar el confundido corazón, escuché mi nombre. Los lobos aullaron a la luna, el cuervo solitario graznó alzando vuelo y los demás animales señalaron un camino entre las ramas. Sequé mi humedecido cuerpo mientras ocultaba mi flauta. No distinguía hacía donde me encaminaba, dejé que mis pasos me llevasen a la voz. Siempre tuve la cualidad de impresionarme con facilidad, el misterio que envuelven las cosas llamaban mi atención, me excitaba el sólo hecho de encontrar algo sospechoso entre la oscuridad. Cubierto por la penumbra de un tronco hueco sonreí como tal niño que se entusiasma por un juguete nuevo aunque feo fuese. Atravesé cuidadosamente el viejo puente que se sostenía sobre un amplio río, una atmosfera a batalla y sangre se sentía en la densidad del pasamano, las marcas dejadas por espadas habían creado más de un peligroso agujero en el suelo. Llegué al otro extremo percatándome de lo extenso que era la vía; aún así, no sentí miedo de caer en el agua, estaba concentrado en alcanzar aquel llamado.

Apenas podía distinguir un árbol de otro, los colores del bosque empezaban a desaparecer, mi vista se oscurecía con cada paso. Los únicos sonidos eran producidos por los pies sobre el pasto, acompañados de un fuerte e incomodo latido. Apoyé sin querer mis manos en una muralla, los dedos se introdujeron en profundas grietas, por el grosor parecía ser la puerta de una guarida. Con poco esfuerzo conseguí derribarla, lo que ocasionó un fuerte estruendo tanto fuera como dentro del fuerte. Caminé arrastrando el cuerpo en la dura pared, mis ojos se cegaron luego de unos cuantos minutos, el sendero arenoso era demasiado largo e interminable. Ya habían pasado cerca de veinte minutos y aún no llegaba al final del camino, pensaba en regresar pero mi instinto me decía que siguiese adelante; entonces, obedecí.

De pronto, perdí el equilibrio al tropezar con una piedra. Sospeché que caería sobre otra pared; sin embargo, no esperaba que esta fuese falsa. Descendí varios metros antes de estrellarme con una mesa, las tablas se quebraron por el peso doblándose por la mitad, creí que salir del hoyo sería mi única preocupación. No obstante, frente a mi se presentó una estatua de un guerrero japonés sosteniendo una espada que apuntaba hacía los cielos. Cuando miré el agujero por donde había caído, me avergoncé de mi torpeza: había estado dando vueltas entre la oscuridad de la fortaleza, una trampa para los intrusos como yo. Aquel sitio era alumbrado por varias velas que no se consumían, estaba completamente perplejo que no me percaté de que ya podía ver, ni mucho menos que me encontraba en medio de un viejo templo. –Templo del…. Dios… Samurái.- Leí con dificultad la inscripción en el madero derecho.

La luminosidad de las velas ardió con mayor potencia y la tierra vibró invocando al dueño del templo. Desde lo suelos una figura empezó a nacer con un fuerte resplandor rodeando su colosal ser de enormes proporciones, sus alargados ojos apenas se destituían del pálido rostro, las manos se acostaban trasparentes por encima del pecho y cuatro espadas colgaban a los costados del tradicional atuendo. Quedé paralizado a causa del divino acontecimiento, nunca había estado en presencia de un omnipotente, el no tener miedo sería una falta de respeto. Mi cuerpo no respondía a ninguna de las acciones, empeoró cuando sus celestiales iris se proyectaron en los míos provocando un fuerte escalofrío que me estremeció por completo. Un soplo se escapó de sus finos labios transformándose en una suave brisa que llegó a mis mejillas, recuerdos del pasado fueron proyectados a través de la débil mente que los escondía. Sentía que leían mis memorias y con un singular aprecio observaba al detalle cada uno de sus pasajes, el dolor que viví al perder a mis padres, la alegría de convertirme en un samurái, hasta las emociones olvidadas sobresalían ante mis ojos.

-Ha pasado largo tiempo desde el último guerrero que entró a mis aposentos.- Habló con su prepotente voz. -Son pocos los elegidos por el destino para ser orientados en el camino de la sabiduría. Tú, Kaze… Recibirás un gran poder.-

En seguida, levantó dos de sus dedos, los cuales empezaron a emitir un aura que me atemorizó más de lo esperado, la moldeó hasta convertirla en una pequeña esfera que vaciló por todas las esquinas de forma graciosa y, luego, atravesó mi pecho. Grité de dolor sin contenerme, sentía como la piel era abierta de forma brutal. Todo mi sistema cardiovascular se aceleró llegando al límite permitido por el ser humano, creí que sufriría un paro cardiaco por la velocidad en qué mi corazón palpitaba. Miles de movimientos, combinaciones y embrujos eran almacenados en mi cerebro transportando estos a las articulaciones de mi cuerpo, en razón de aprenderlo. No sólo eso, mi energía espiritual empezaba arder en un incendio de encantamiento que no tenía ningún sentido para mí. Quizá era el karma de la obsesión por desear tanto poder, el no dominarlo significaría una señal de castigo enviado desde entes superiores, me maldije repetidas veces debido al sufrimiento incontrolable que sufría hasta el punto de pedir la muerte a cambio de la paz. Perdí el juicio y me desplomé en el suelo con una sonrisa satisfactoria figurando que todo acabó.

-Lamento que hayas padecido tal angustia. Ahora, ve y anuncia al mundo tu llegada, quinto elegido- Fueron sus últimas palabras antes que desapareciese en un destello fugaz que lo consumió de pie a cabeza sin dejar rastro de él.

Pasada la noche entera, al fin desperté. Recostado en el frío suelo del templo, recordé con mucha lucidez lo sucedido. En un principio, creí que podría tratarse de un sueño provocado por el anhelo impulsivo de convertirme en alguien importante; después, imaginé que era un presentimiento del no exigir tanto algo inalcanzable; sin embargo, a final de cuentas, me dí cuenta de la realidad que debía enfrentar, me había convertido en el heredero de una gran virtud. No quería aceptarlo tan fácilmente, hasta que divisé la empuñadura plateada sobre la mesa que había partido en dos, los acabados eran sumamente hermosos, en la parte inferior podía encontrarse un kanji que significaba “Dios”. Descubrí el pequeño defecto, no tenía una hoja que saliese desde el orificio superior, lo que me extrañó ¿Sería acaso un simple adorno para demostrar qué soy el “quinto elegido”? No quise especular más, suficiente era con saber de la energía que nacía desde mis entrañas. Caminé por el corto sendero agradecido por el don, no sólo me había transformado en un ser superior que lograría grandes hazañas con su espada, sino también después de tanto tiempo no temí lo que pudiese pasar después.

Al finalizar el camino del templo me percaté de haber traspasado la cordillera desde su base y lo que veía no era nada agradable. Una infinita niebla merodeaba frente a mis ojos sin mostrar siquiera la luz del día, aún cuando los campos fueron reducidos a sólo alta hierba. Sonreí una vez más apretando con fuerza la nueva adquisición plateada. Me reí del destino que trataba de ponerme aprueba nuevamente; esta vez no conseguiría intimidarme ni por un segundo, ahora estaba armado de valor.

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